La Vanguardia

Arte en las aguas australes del pirata Drake

La bienal de la Antártida llega a su destino en busca de nuevas fronteras para la creación

- MIQUEL MOLINA

Paso de Drake. Enviado especial

Fiel a la idea de que el arte necesita de visionario­s para no quedarse anclado, el promotor de la Primera Bienal de la Antártida ha cometido la osadía de embarcar a un heterogéne­o grupo de artistas, filósofos, oceanógraf­os y demás seres interdisci­plinares en un buque que surca estos días las aguas más turbulenta­s del planeta. Una docena de medios periodísti­cos internacio­nales se han sumado a la aventura, entre ellos La Vanguardia.

El aventurero jefe es el poeta, artista y extripulan­te de submarinos soviéticos Alexánder Ponomárev. El pasaje lo componen un centenar de personas de una treintena de nacionalid­ades. El buque es el navío oceanográf­ico ruso Alexánder Vavílov y la ruta, la franja de mar que separa el cabo de Hornos de la península antártica, donde las aguas polares convergen con las corrientes cálidas del continente generando un aquelarre de olas que pueden convertir los dos días de navegación en una interminab­le tortura.

A Sir Francis Drake, héroe para los ingleses y pirata para los españoles, se le atribuye el honor de haber sido el primer navegante en adentrarse en este estrecho, en 1578, medio siglo después de que este fuera descubiert­o por Francisco de Hoces.

Si de lo que se trataba era de sacar al arte de su zona de confort y de llevarlo a un contexto de riesgo, Ponomárev y las entidades organizado­ras de este proyecto, como la fundación barcelones­a Quo Artis, lo están consiguien­do. De entrada, en el propio making off del certamen.

Julian Charrière, artista francosuiz­o con residencia en Berlín, viaja sin la obra que había preparado para esta bienal porque una semana antes de partir se la incautó la policía alemana. Se trataba de un cañón con aires vintage que iba a lanzar cocos del atolón de Bikini sobre el hielo antártico. Un vecino que pasaba frente a su estudio entrevió el arma y dio la voz de alarma a las autoridade­s, que pusieron en marcha una aparatosa operación antiterror­ista al considerar el cañón como “armamento de guerra”.

Otros artistas han tenido sus más y sus menos con la organizaci­ón porque aspiraban a introducir animales y plantas exóticas en sus performanc­es, lo que suponía infringir las estrictas normas de protección de la Antártida. Y el argentino radicado en Berlín Tomás Saraceno tuvo un incidente con la policía argentina cuando intentó elevar su aeroceno (un gran globo negro que supone “una declaració­n de independen­cia del hidrocarbu­ro”) entre los contenedor­es del puerto de Ushuaia.

Este barco de los artistas cruzó ayer el círculo polar Antártico. A lo largo de la semana, hará varios desembarco­s en la costa de la península antártica para que los creadores puedan exponer de forma efímera sus obras. Estas intervenci­ones puntuales darán después la vuelta al mundo en exposicion­es y películas documental­es.

Por ejemplo, el brasileño Alexis Anastasiou quiere proyectar desde el barco su creación It’s cold out there sobre un gigantesco iceberg antártico (para ir entrando en calor, la noche del domingo preparó una fiesta DJ/VJ en el bar del buque que se prolongó hasta bien entrada la madrugada).

Por su parte, la artista y neurocient­ífica Shama Rahman ofreció el sábado un anticipo del concierto de sitar que un día de esta semana protagoniz­ará sobre el hielo del continente blanco, mientras que el joven alemán Gustav Düsing leco vantará una tienda con apariencia de estructura de hielo, en reconocimi­ento de la forma arquitectó­nica más arraigada en una tierra de explorador­es necesitado­s de refugio.

Y así hasta una veintena de intervenci­ones, a las que asistirá personalme­nte Eugene Kaspersky, el presidente del gigante de la cibersegur­idad que lleva su nombre, patrocinad­or principal de la fiesta.

La incógnita por resolver en esta bienal es hasta qué punto los artistas van a ofrecer reflexione­s realmente concebidas como una forma de reinterpre­tar la Antártida o si, en cambio, van a limitarse a utilizar sus hielos como una página en blanco que sirva de fondo exóti- para sus creaciones. En definitiva, si van a utilizar los hielos polares como un mero escenario privilegia­do o si van a cumplir el encargo de la bienal de “explorar las nuevas fronteras del arte”.

En proyectos como este, existe un riesgo evidente de acabar alentando desde el arte un modelo de desarrollo turístico indeseable, el mismo patrón que ha convertido la cumbre del Everest en el plató de un reality show. Esta reflexión está contenida en la obra que la artista barcelones­a Eulàlia Valldosera empieza a presentar a partir de hoy en esta bienal, a través de un vídeo y un audio pregrabado.

Pero también es cierto que este formato móvil de bienal que se ha inventado Ponomárev, en el que los artistas conviven durante once días en el espacio limitado de un barco con pensadores de diversos ámbitos (comparten hasta los camarotes), favorece mucho el contacto entre los creadores de cara a futuros proyectos.

Durante las primeras horas de navegación a mar abierto, después de dejar atrás el bello y tranquilo canal de Beagle, las conversaci­ones a bordo giraban en torno a los remedios más eficaces contra el mal del mar: biodramina en pastillas, parches intravenos­os, pulseras, vodka, tumbarse y no hacer nada, tirarse por la borda… Pero, conforme los cuerpos se han acostumbra­do a las sacudidas brutales del barco y se han reducido las bajas por mareo agudo, se ha podido comprobar que de esta coctelera agitada por el Drake van a surgir colaboraci­ones interesant­es entre los propios artistas y entre estos y los científico­s.

El gran debate planteado es si la utopía antártica (un continente virgen que no pertenece a nadie) sigue vigente y hasta qué punto se ve amenazada por la llegada de más de 50.000 turistas al año.

No es esta la primera vez que los artistas exponen en la Antártida. De hecho, la base McMurdo puede llegar a albergar hasta 1.000 personas, por lo que cabe hablar de una pequeña ciudad en la que se ha visto de todo o casi todo. Pero nunca hasta ahora se había realizado una aproximaci­ón tan global en nombre del arte a estos hielos perpetuos.

Esta aventura artística compartida es, de hecho, la obra que firma en la bienal Alexánder Ponomárev, un cruce audaz entre los capitanes Cook y Nemo, el corsario Drake y su admirado poeta Espronceda.

EL SUR MÁS REMOTO Un centenar de personas de 30 países integran la expedición, a bordo de un barco ruso EL CONTINENTE VIRGEN El gran debate es si la utopía antártica está amenazada por la llegada del turismo

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MIQUEL MOLINA Odisea. Artistas y organizado­res celebran el paso del círculo polar Antártico, ayer a bordo del ‘Alexánder Vavílov’
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M. M. Aeroceno. Este artefacto del artista argentino Tomás Saraceno proclama “la independen­cia del hidrocarbu­ro”
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MIQUEL MOLINA Paso de Drake Enviado especial

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