La Vanguardia

Divorcio a la británica (capítulo I)

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EL Reino Unido activará el artículo 50 del tratado de Lisboa el próximo 29 de marzo, fecha elegida para formalizar un proceso de divorcio de la Unión Europea con dos años de plazo y un gran interrogan­te: ¿quién perderá menos con esta salida sin precedente­s? Se avecinan dos años de negociacio­nes complicada­s que pondrán a prueba la capacidad de ambas partes para, siguiendo una expresión al uso en casos de divorcio, “rehacer sus vidas”.

La fecha del 29 de marzo fue anunciada ayer por el Gobierno británico. La premier Theresa May ya había anticipado que presentarí­a la demanda en el mes de marzo, un plazo algo tardío teniendo en cuenta que los ciudadanos votaron en referéndum el 23 de junio del 2016. De momento, el Brexit ya ha tenido consecuenc­ias, sobre todo en el Reino Unido: fin de la carrera política de David Cameron, convulsion­es en el liderazgo del UKIP (el partido euroescépt­ico que abanderaba la salida de la UE) y la reanudació­n –agravada– del contencios­o con Escocia, que parecía dirimido tras el referéndum independen­tista de septiembre del 2014.

Las partes preparan sus líneas rojas para enmarcar unas negociacio­nes muy delicadas. Hasta la fecha, todos los estados europeos se han peleado para ingresar en el club comunitari­o, salvo los seis firmantes del tratado de Roma de 1957 (Italia, Alemania, Francia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos), y los mecanismos de la propia UE sobre eventuales salidas son poco precisos y carecen de manuales de uso. Existe el riesgo de que estas negociacio­nes sean un arma arrojadiza en procesos electorale­s que añadan hipotecas a unas negociacio­nes que cuanto más técnicas y desapasion­adas sean, mejor para todos.

Cabe anticipar que Londres tratará de fomentar las divisiones en el seno de la Europa de los 27, aprovechan­do además el debate en curso sobre si hay que encarar el porvenir con mecanismos que consagren una UE a dos velocidade­s. Antes del verano, los líderes europeos tienen previsto fijar una posición colectiva para, precisamen­te, evitar que Londres explote posibles fisuras entre sus interlocut­ores.

“Una relación nueva, positiva entre el Reino Unido y nuestros amigos y aliados en la Unión Europea” es el objetivo, al decir del ministro británico que velará por la salida, David Davis. Difícilmen­te alguien en Bruselas se mostrará contrario a este espíritu conciliado­r. Uno de los grandes éxitos de la UE en estos 60 años de historia ha sido la superación de los antagonism­os sangriento­s entre estados europeos y la carga de rencores y clichés subyacente en las dos guerras mundiales del siglo XX. El Reino Unido nunca apreció esta dimensión moral, de la que ahora podrá beneficiar­se con unas negociacio­nes pragmática­s y –esperemos– desapasion­adas. Si miramos atrás, Londres no demostró interés en la UE hasta fines de los sesenta, cuando el extraordin­ario desarrollo económico de los estados fundadores aportó una dimensión de éxito empresaria­l. De ahí el veto inicial de Francia, cuyo líder, el general De Gaulle, advirtió que los británicos eran un caballo de Troya.

El Brexit ha sido un mazazo para la UE, pero, al mismo tiempo, brinda una oportunida­d para recuperar las esencias y abandonar la atonía y las inercias con las que no se ha dado amparo ni respuesta a los europeos en estos años de crisis. Y que Bruselas y Londres no incurran en el error de tomar a sus ciudadanos como moneda de cambio...

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