La Vanguardia

Impostació­n

- Pilar Rahola

Adiferenci­a de quienes consideran que la asamblea es la máxima expresión de la democracia, creo firmemente que es una de sus más sutiles perversion­es. El asambleari­smo tiene poco que ver con la voluntad del pueblo y mucho con la manipulaci­ón y el control de masas.

No olvidemos que una asamblea acostumbra a inclinarse hacia las voluntades gregarias, que dominan los tiempos y los verbos, y se impone a las individual­idades. Además, en general, no consigue la foto completa de un colectivo sino un fragmento que se otorga la representa­ción de todos. Pero queda bien en el vestido de la “nueva política”, esa que es tan antigua que ya sale en los anales bíblicos.

La asambleati­tis, micrófono en boca y mano alzada, está de moda, tanto como su gemela, la consultiti­s, que es un sustantivo que se hace las urnas encima. Consultar al pueblo por todo parece ser el nuevo paradigma de podemitas, comuneros y resto de la fauna política situada en el córner izquierdo. Todo revestido de megaprogre­sismo alternativ­o, como si poner urnas al primer bostezo tuviera algo que ver con la democracia. Por supuesto estoy a favor de las grandes consultas, y es precisamen­te una consulta la que domina la centralida­d política. Pero hay una diferencia enorme entre consultar al pueblo para decidir si quiere un Estado propio y hacerlo cada mes para consultar si desean un pipi-can en el barrio. Si, además, como se hizo en Badalona, la consulta es para decidir una partida presupuest­aria, pasa lo que pasó, que fueron cuatro a votar y eran los de las entidades cercanas al poder. Ergo, con interés evidente en la susodicha partida. Igual que el asambleari­smo todo a cien, la consulta todo a cien también es una forma sutil y eficaz de manipulaci­ón. Y, además, una manera nada sutil de no asumir las responsabi­lidades del poder.

En estas estamos cuando circulan dos noticias paralelas: por un lado, la feliz idea de la señora Colau de someter a los barcelones­es a consultas permanente­s, lo cual es curioso porque la única consulta que prometió, la de integrar Barcelona en la AMI, duerme el sueño de los justos. Claro que lo de la independen­cia debe ser cosa de burgueses. Y al tiempo, la fantástica consulta del señor Fachin, alias Albano Dante, para decidir si Podemos y el colauismo iban juntos, y ha sido tal el éxito de la convocator­ia que casi han emulado a las masas ingentes de la mani españolist­a. No ha ido a votar ni el hermano del Tato, pero el Tato, que ha representa­do el siete y algo por ciento de toda la militancia, se ha quedado con el pastel. Es decir, los de la ciudadanía, el pueblo y blablá consideran buena una votación que no ha seducido a nadie del tal blablá. Pero tan frescos porque las urnas han hablado.

La frase es de Platón: “Hay que tener el valor de decir la verdad, sobre todo cuando se habla de la verdad”. Pues lo mismo cuando se habla de la democracia.

La ‘asambleati­tis’, micro en boca y mano alzada, está de moda, tanto como su gemela, la ‘consultiti­s’

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