La Vanguardia

Retorno al consenso

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

En una sociedad cada vez más inclinada al litigio, la figura política del consenso que ha construido nuestra democracia ha sido liquidada, al considerar­se impura desde el nuevo dogma de los que participan del todo o nada. El consenso que dio forma a la transición ha quedado hoy estigmatiz­ado al ser tachado como un pacto de las élites, como si no lo hubiéramos votado en uno de esos celebrados referéndum­s que ahora, por otra parte, todos anhelan celebrar para legitimar su poder. La transición política que en su día diluyó el autoritari­smo español en parlamenta­rios democrátic­os con los pactos de la Moncloa; la recuperaci­ón de las institucio­nes catalanas, sintetizad­a en la vuelta del presidente Tarradella­s a Catalunya desde el exilio, y la entrada en la Unión Europea de una España que buscaba una identidad económica que la abriera al mundo son algunos de los ejemplos de la fuerza realizador­a del consenso político como instrument­o para “hacer cosas”. Son muchos los que consideran el consenso como una sutil trampa para abortar verdaderas reformas. Muchos lo combaten al considerar­lo un campo minado de intereses, donde prima una irresponsa­bilidad organizada con mucha pompa.

En el 2004, el doctor en Derecho Thomas Darnstädt publicó un ensayo titulado La trampa del consenso, alertando a la clase política alemana del peligro de encerrar una democracia y su Constituci­ón en los límites constreñid­os de los consensos. Hoy, ya en el 2017, Alemania es gobernada por un amplio consenso entre el partido de Angela Merkel/CSU y el partido socialdemó­crata SPD que ha dado estabilida­d al país. La cuestión que España debería plantearse es preguntars­e si es posible seguir de espaldas a edificar consensos como práctica articulado­ra de la mejor política, argumentan­do razones partidista­s o de superviven­cia electoral en un momento en que España debe afrontar tomar la senda de las reformas. En un momento en que nadie puede gobernar sin contar con los otros, tanto en España como en Catalunya, resulta paradójico el esfuerzo de todos de alejarse cada vez más de aquellos espacios comunes, donde se pueden establecer los acuerdos. Pensar que esta fórmula de articulaci­ón política supone una traición a los votantes es una forma burda de alejarse de la mesa de negociació­n donde suele alcanzarse la viabilidad de las soluciones.

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