El laberinto circular de Frederic Amat
El artista rescata en una exposición en la Pedrera los espacios domésticos de la que fue vivienda de los Milà
Frederic Amat (Barcelona, 1952) es un creador apasionado, inquieto e intuitivo para quien el arte sólo vuela si se le da alas, aunque ello lo condene a vivir en el terreno del riesgo, la incertidumbre y la duda. “La libertad creativa es un derecho del artista”, dice, y en su caso da igual si se enfrenta a una pintura, una escenografía teatral, un a película, una cerámica, un proyecto para el espacio público o una exposición como la que ahora ocupa la Pedrera, Zoòtrop, “un título que guardaba desde hace años en el bolsillo” y que ha sido concebida como una suerte de laberinto circular donde su obra y la de Gaudí –incluso aquella que no conocemos y ya no existe– son como piezas de un puzle donde al final todo encaja.
La Pedrera es para Amat un espacio cercano, forma parte desde siempre de su imaginario, y en el pasado había sido invitado a realizar una lectura del edificio a través de un trabajo videográfico (Forja ,un travelling que resigue las barandillas diseñadas por Jujol y Gaudí para los balcones del edificio) y después convirtió la planta noble en un mar de arena y dunas ondulantes del que emergían las cerámicas de Artigas en la exposición L’home del foc. “Ahora he tenido el privilegio de habitar la piedra, el espacio de la Pedrera de una manera más profunda”, señala.
“Es un edificio icónico, referencial de la ciudad, que se utiliza para ver exposiciones, pero no es una sala de exposiciones, sino la ocupación de lo que fue el hábitat de la familia Milà”. Amat rescata las estancias domésticas (el despacho, la sala, el comedor, el dormitorio, el tocador...) que se perdieron en sucesivas reformas. Y lo hace mediante paneles –o telarañas– transparentes que le confieren un aire fantasmagórico, con la propia fachada del edificio proyectándose en el suelo a través de las ventanas abiertas y con las estancias ahora de pronto habitadas por ocho gigantescos arcones –crisálidas, les llama él– de cerámica negra que contienen la memoria. “Las habitaciones, los edificios tienen memoria, tiempo contenido, y ese tiempo contenido, dicho de una forma poética, es lo que he querido recuperar”, explica, “pero me gusta pensar que en el interior de esas crisálidas se está gestando lo que eclosionará al final de la exposición. Permitidme que lo deje en puntos suspensivos...”.
Amat, ya está dicho, ha abierto las ventanas de par en par, para que se cuele la fachada y la luz natural imprescindible para contemplar las monumentales cerámicas de 3,5 metros, voluntariamente agigantadas para que perdieran escala humana y no parecieran sarcófagos (el punto de partida de todas ellas es la forma de un estuche de gafas, que el artista siempre ha visto como “el ataúd de los ojos”). La mirada del artista. Como esa diapositiva de una ameba que encontró este verano en Els Encants dentro de una caja cuyo contenido desconocía –la compró por eso– y cuyas formas coinciden con la planta de la Pedrera.
La instalación es fabulosa –el artista ha contado con la complicidad del arquitecto Miquel Adrià, comisario de Zoòtrop–, pero es sólo el inicio de una experiencia sensorial en tres actos y un prólogo, Pedra , en que Amat, junto al pilar del antiguo recibidor donde Gaudí grabó “perdona olvida todo” , retoma la performance en streaming que realizó en 2012 con el poeta Arnaldo Antunes desde Brasil (su voz flotando en el aire) y con la cual vio cumplido por fin “el sueño de liberar la luz de la proyección”, mediante un enigmático agujero por el que se escapa hasta caer en el suelo las imágenes.
Al segundo ámbito se accede a través de un telón (un guiño a su trayectoria escénica) en el que se proyecta Forja, la filmación de las barandillas del edificio que más adelante resuena en las caligrafías de trazo grueso del artista, aquí rodeadas de su producción “más íntima”, piezas rescatadas de su estudio: un pelo transformado en una estela (otro guiño, este a su pareja, la diseñadora Estela Robles); una máscara hecha con un manojo de algas o los muebles atrapados en los alambres de la vieja prisión de Carabanchel, que aquí se proyectan en el techo.
Y aún hay más, en el patio interior pende un colgante de 30 metros proyectado inicialmente para una casa de la rambla Catalunya.