La Vanguardia

La compañía deseada

- EL RUNRÚN Joana Bonet

Joana Bonet escribe sobre las relaciones de pareja: “Una vez divorciado­s, los hombres españoles vuelven a casarse más, y más rápido, que las mujeres. Por otro lado, ellas son más longevas, y por tanto viven más años de viudez, en soledad. Han acabado por enroscarse en ella igual que un gato. La administra­n con soltura. Algunas tienen amigos, pero se niegan a cocinarles y cederles cajones en el armario”.

Duró años aquello: si en los títulos de crédito no aparecían nombres de mujeres, apagábamos la tele, porque desdeñábam­os aquellas películas de aventuras o de ciencia ficción que no contemplab­an una relación entre un personaje masculino y otro femenino, preferible­mente una historia de amor, del tipo que fuera. El amor que traspasa la pantalla y nos pone la piel de gallina. El amor que espera, el que sangra. El gran amor que se pierde en una curva de carretera. Incluso en lo que Hollywood denominó

Women’s pictures, como la clásica Mujercitas, aparecía algún hombre, aparte del padre de turno. La palabra mixto se agitaba en todo tipo de cocteleras.

Si entonces alguien nos hubiera dicho a nosotras, que aún creíamos en el príncipe azul –e ignorábamo­s las sucesivas frustracio­nes que nos supondría perseguir un ideal en verdad tan pordiosero–, que llegarían días sin hombres, hubiéramos peleado contra Goliat y las fuerzas del viento; nos hubiéramos doblegado, heroínas románticas, ante el fatum insípido que nos anunciaba el canto de la Sibila. Días sin caricias en el pelo, ni un abrazo fuerte y cuadrado, sin una mirada capaz de encender las emisoras del cuerpo. El problema es que confundíam­os el amor con su ducha química que nos colocaba la endorfina tras la oreja, igual que un clavel. El enamoramie­nto es suspense y grandeza, todo se empequeñec­e, el sueño es corto y el mundo te ofrece continuas señales de tu enamorado. Suele durar un año y medio en el mejor de los casos, algunos dicen que tres. Luego se sustituye por la unidad familiar o por una estrecha camaraderí­a Las mujeres viven más años de viudez, en soledad; han acabado por enroscarse en ella igual que un gato con momentos eróticos, también en el mejor de los casos. Y una gran parte de las relaciones entre el personaje masculino y femenino pierde el guión, y las rutinas pudren lo poco que queda de aquel ardor.

Una vez divorciado­s, los hombres españoles vuelven a casarse más, y más rápido, que las mujeres. Por otro lado, ellas son más longevas, y por tanto viven más años de viudez, en soledad. Han acabado por enroscarse en ella igual que un gato. La administra­n con soltura. Algunas tienen amigos, pero se niegan a cocinarles y cederles cajones en el armario. También las hay solteras, las que dicen que “el mercado está fatal”. Sustituyen la falta de varones en su vida por una hermandad de amigas cuyos goces a menudo son extraordin­arios, incomparab­les no con la idea del amor, sino con sus migas. Y por supuesto están los hijos: las madres suelen estar demasiado entretenid­as, y colmadas de cariño, excepto cuando se enfría la almohada. Pero, con todo, se dicen que no se trata más que de un instante esquivo, pelusilla comparada con las horas de calma caribeña que suponen unos días sin hombres.

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