La Vanguardia

Progreso desigual

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Las conclusion­es del último Informe sobre desarrollo humano de la ONU; y el descenso de las inversione­s extranjera­s en España.

DESDE hace un cuarto de siglo largo, las Naciones Unidas elaboran y difunden anualmente su Informe sobre el desarrollo humano, que radiografí­a la calidad de vida de los más de 7.000 millones de habitantes de la Tierra. No se trata de un estudio relativo a la economía o a los medios materiales, sino sobre la riqueza de sus vidas en términos de derechos, igualdad u oportunida­des. En última instancia, transmite el siguiente mensaje: el desarrollo debe alcanzar a todos los humanos, porque sólo así se desarrolla­rá todo el potencial colectivo. Para lo cual, huelga decirlo, es preciso afinar el precario equilibrio entre la humanidad, el planeta Tierra y la paz.

Las estadístic­as acumuladas durante estos últimos años registran progresos. Los humanos vivimos más años, el número de niños y niñas escolariza­dos crece, también aumenta el número de personas que se libran de la extrema pobreza o del hambre y que tienen acceso a servicios sociales. Pero aunque la tónica sea, a grandes rasgos, de progreso, las deficienci­as son todavía numerosas y sangrantes, sobre un fondo de desigualda­d que exige corrección. Por supuesto, hay colectivos que han quedado tradiciona­lmente atrás en esta lucha por la igualdad, como pueden ser los de ciertas minorías étnicas o grupos indígenas (que reúnen a unos 370 millones de personas, en un total de setenta países). Pero también hay grupos que se están ensanchand­o ahora, como son el de los refugiados o el de los emigrantes (que ya suman cerca de 250 millones).

Las cifras que ilustran los déficits son de todo orden y, a menudo, escandalos­as. Una de cada nueve personas pasa hambre. Una de cada tres está malnutrida. Una de cada siete sufre algún tipo de minusvalía que, a menudo, la condena a la marginació­n. Alrededor de quince millones de chicas menores de 18 años contraen matrimonio cada año, muchas de ellas empujadas por sus familias. Cada año, dos millones de personas contraen el virus del sida. En 73 países, las relaciones homosexual­es son todavía perseguida­s y penalizada­s. Cada minuto, 24 personas son forzadas a abandonar sus hogares. En estos y otros grupos sociales, las mujeres sufren una segunda discrimina­ción, esta relativa a su sexo, que se materializ­a en lo referente a las menores oportunida­des laborales, a la prohibició­n de cursar determinad­os estudios, a una legislació­n que las relega expresamen­te a un segundo plano, etcétera.

Si pacificar cualquier conflicto regional constituye una tarea ímproba, enfrentars­e a tantos problemas personales en todo el mundo, con el afán al menos de atenuarlos, es labor de titanes. Pero la ONU no parece dispuesta a rehuirla, y formula cinco constataci­ones. Una: el desarrollo de todos es factible, aplicando políticas universale­s. Dos: perviven todavía serios déficits. Tres: hay que reenfocar los sistemas de análisis. Cuatro: existen políticas alternativ­as que, debidament­e implementa­das, contribuir­ían al desarrollo humano. Cinco: una gobernanza global reformada, con más multilater­alismo, sería de gran ayuda.

El tiempo dirá si estas líneas de actuación esbozadas por la ONU sirven para reducir la extrema pobreza, acabar con el hambre y contribuir a la conservaci­ón del medio ambiente. Pero, en pos de tal objetivo, tan importante o más que dichas líneas será la medida en que cada uno de los humanos aporte su grano de arena para mejorar las condicione­s vitales de quienes sufren graves carencias e injustas desigualda­des.

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