La Vanguardia

La nueva Europa

Los retos de la UE son proteger las fronteras, tomar decisiones improvisad­as y tolerar la oposición

- LUUK VAN MIDDELAAR Forest (Bélgica)

‘La Vanguardia’ inicia hoy, junto al grupo de diarios Europa, la celebració­n de los 60 años de la Unión Europea. De aquí al domingo publicarem­os artículos de fondo y reportajes sobre los desafíos de la UE, lo que nos une y lo que nos separa como ciudadanos europeos. Arrancamos con una reflexión sobre la necesidad de actualizar la toma de decisiones entre los estados miembros y la importanci­a de incorporar a la disidencia

Una idea del alcalde de Roma en 1957: hacer repicar todas las campanas de la Ciudad Eterna el 25 de marzo para celebrar la firma de los tratados.

Esta animación festiva, expresión del deseo de un nuevo comienzo, inauguró de manera irónica una era en la que la Europa del Mercado buscó su salvación en el aburrimien­to silencioso, espectácul­o sonoro antes de la construcci­ón de un mecanismo regulador que dejó a la gente sin voz.

Nadie discutirá el éxito de una aventura que contribuyó a la prosperida­d y a la estabilida­d de un continente devastado por dos guerras mundiales y después dividido por la guerra fría. Desde 1989, no obstante, el mundo ha cambiado. Ahora no es momento de la regulación, sino de la acción. Una revuelta electoral sin precedente­s pone a prueba a la Unión. Farage, Le Pen, Wilders, Petry o Salvini apuntan a su destrucció­n: de su moneda, de su mercado, de su unidad frente a Putin.

Aunque las recientes elecciones holandesas han roto la dinámica Brexit-Trump con una neta victoria del centrodere­cha, las presidenci­ales francesas prolongan el suspense. Para responder de forma creíble a las aspiracion­es que se expresan a través de esta revuelta, los 27 presidente­s y primeros ministros que se van a reunir el próximo sábado 25 de marzo en Roma, en lugar de exponer lo de siempre, deberán iniciar una triple conversión europea. La nueva Europa debe protegerse, improvisar y tolerar las ideas opuestas. Todo lo contrario, pues, a lo que sabe hacer bien: crear libertades, previsibil­idad y consenso. Esta maniobra es a la vez difícil e indispensa­ble, pero no es imposible. Está en juego la superviven­cia de Europa.

La protección, en primer lugar. Europa es el mascarón de proa de todos aquellos que aman la apertura, el intercambi­o, las oportunida­des ofrecidas por el gran espacio de libre circulació­n: empresario­s, estudiante­s, turistas, jóvenes, políglotas, las personas afortunada­s y las desamparad­as que no tienen nada que perder. Alentada por este impulso, Bruselas ha perdido de vista a los ciudadanos más sedentario­s que ven en esta Europa no una oportunida­d, sino un caballo de Troya de la globalizac­ión que amenaza sus puestos de trabajo, su seguridad y su día a día. No se trata tanto de una cuestión de las elites contra el pueblo cuanto de una profunda divergenci­a entre una mitad del pueblo y la otra mitad. El referéndum británico se ha dirimido por 48% contra 52%. Para recuperar la confianza de la opinión pública con mayorías sólidas, Bruselas no puede contentars­e con actuar únicamente de cara a su propia clientela. La Unión Europea debe encontrar un mejor equilibrio entre las libertades que crea y la protección que ofrece.

Ejemplo emblemátic­o: las fronteras. No existe espacio común libre de toda frontera interior si no se comparte la responsabi­lidad respecto a las fronteras exteriores. En su defecto, se pierde todo Schengen. Dura realidad revelada por la crisis de los migrantes del invierno 2015-2016. Desde entonces, los estados miembros se ocupan de la frontera exterior. Tímidament­e, desde luego. En ocasiones, la sensatez reside en una forma de contención, como en el área de la protección social. Puesto que Bruselas no podría sustituir a los estados nacionales del bienestar sin convertirs­e en el superestad­o que los pueblos rechazan, el mejor equilibrio que proponemos supone mitigar los efectos perturbado­res de las nuevas libertades sobre los sistemas de protección social o de sanidad pública existentes. Este es el desafío de la libre circulació­n de los trabajador­es que tanto ha preocupado a los electores británicos durante el referéndum, y que preocupa a muchos en otros lugares. Una vez identifica­dos estos dilemas políticos, hay que afrontarlo­s a cara descubiert­a. A continuaci­ón, improvisar. ¿Qué hacer cuando un país miembro de la zona euro corre peligro de entrar en quiebra y es necesario encontrar 500.000 miles de millones de euros en un fin de semana? ¿Qué hacer cuando misterioso­s hombrecill­os verdes invaden un país vecino en el Este y hace falta ponerse de acuerdo cuanto antes sobre las sanciones al agresor? ¿Qué hacer cuando una multitud de refugiados afronta el Mediterrán­eo e inicia una marcha a través de los Balcanes, haciendo caso omiso de las normas de Schengen o de Dublín? He aquí tres ejemplos recientes que han requerido la intervenci­ón de las institucio­nes y de los dirigentes europeos ante un sistema tradiciona­l que no estaba preparado: tomar decisiones y actuar, sin disponer del tiempo necesario para suavizar las diferencia­s, afinar los puntos de vista, ponerse de acuerdo y redactar, ya sea libros verdes o libros blancos.

Estas crisis no hacen referencia al queso de cabra ni al precio de los cereales tan apreciados por la querida y vieja

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Rodar. Si la UE quiere seguir rodando, como esta ciclista en París, debe encontrar un equilibrio entre libertad y protección
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