Mas y Margallo, frente a frente
El Ateneo de Madrid fue escenario ayer por la tarde de uno de esos actos que marcan una época, no por su trascendencia inmediata, sino porque reflejan un determinado estado de cosas. Artur Mas y José Manuel García-Margallo –dos ex altos cargos políticos, como ambos se encargaron de recordar– compartieron escenario en el salón de actos, discreparon con dureza y se lanzaron múltiples reproches y pullas a propósito de las actuales dificultades del diálogo entre el Estado español y las instituciones catalanas, y sobre todo en relación con el proyectado referéndum para este año en Catalunya.
La imagen que ofrecieron fue la de dos discursos paralelos, incapaces de encontrarse en algún punto previsible del horizonte. Aún así, entre ellos no hubo asomo de cerrazón absoluta y mucho menos de virulencia verbal. Hubo, en suma, más crítica que enojo. Para ambos, el que se equivoca es el otro. Y para ambos, el error del otro lo paga el pueblo catalán.
Artur Mas acudió al acto provisto de un argumento básico, el que implica la reivindicación de la razón democrática. Su tesis es que Catalunya no pide, clama por ser escuchada. Y el Estado, en cambio, responde “con tribunales y fiscales” frente a un problema que “es político”. No hay peor ciego que el que no quiere ver, vino a decir. GarcíaMargallo, en cambio, tiene otro discurso sobre la ceguera. Para el exministro de Exteriores carece de sentido oponer ley y legitimidad. En democracia, el ciego es quien no respeta la ley, quien pretende salidas unilaterales. En sus palabras resonó el lenguaje de las sentencias del Tribunal Constitucional (TC), que es el de la propia Carta Magna. Es decir, que la soberanía reside en el conjunto del pueblo español y no es divisible. García-Margallo levantó la bandera de la reforma constitucional, para reclamar que quien quiera defender el derecho a decidir lo haga tratando de cambiar la Constitución, para que sea ésta la que, en su caso, lo reconozca. Cada vez que García-Margallo reivindicaba que toda España es titular de su soberanía, una parte del público le jaleaba. El moderador, Ángel Luis Alonso, coordinador del ciclo
Catalunya en la encrucijada, tuvo que pedir que se moderasen las expresiones de agrado o contrariedad y estimó innecesarios los aplausos. Artur Mas pudo repetir una experiencia que conoce bien, la de jugar en campo contrario. Una lástima que debates de tanto interés tengan que celebrarse con importante presencia policial, uniformada y de paisano.
Si en la platea hubo cierta tensión, en la calle más. Aunque hay que saber medir cada cosa. En la calle lo que había era un grupo de unos cincuenta ultras que repetían una consigna de las que evocan malos recuerdos. “No nos engañan, Catalunya es España”, gritaban. Es decir, lo mismo que el puñado de ultras que en septiembre de 2013 asaltó la librería Blanquerna durante la celebración de la Diada, agredieron a algunos de los asistentes y causaron daños en el local. Esta vez sólo gritaron. La previsión en materia de seguridad dentro y fuera del Ateneo fue correcta, y no hubo ocasión para mayores complicaciones.
Sin embargo, algunos asistentes creyeron reconocer en la calle a uno de los condenados por dicho asalto a Blanquerna, cuando todos ellos fueron recientemente condenados por el Supremo a penas que debían implicar el ingreso en prisión. Seguramente, este punto será investigado, para que quede esclarecido.
Fue una lástima que Saramago no estuviera entre los presentes, para moderar y encauzar la solución a los mutuos reproches. Su Ensayo sobre
la ceguera tal vez hubiera podido abrir un metafórico camino de tercera vía entre los ponentes. De momento, no aparece. Pero el intento del Ateneo puede ser una aportación útil, si las razones del otro se escuchan para ser comprendidas, tanto o más que para ser rebatidas.
Mas pide que se escuche a Catalunya y Margallo reclama que no se actúe vulnerando la Constitución