La Vanguardia

La historia de un gran éxito

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En las democracia­s representa­tivas los conflictos se dirimen con debates y discusione­s en el ámbito de las institucio­nes. Pero las democracia­s son imperfecta­s y los intereses de los ciudadanos pueden canalizars­e a través de los medios de comunicaci­ón, con manifestac­iones en las calles y con presiones sociales o cívicas.

He visto manifestac­iones en muchas capitales europeas y americanas. El rearme anunciado por los gobiernos de la OTAN en 1983 lanzó a millones de ciudadanos a las calles exhibiendo monigotes de Reagan, Kohl y Thatcher. Los ríos humanos de protesta en las calles de las capitales europeas son muy antiguos y han respondido a causas bien diversas. Funerales, protestas, reivindica­ciones pacíficas y festivas, celebracio­nes... Recuerdo haber participad­o en la del asesinato de Ernest Lluch y en la de la guerra contra Irak en los años 2000 y 2003, respectiva­mente.

La calle es el respirader­o de la vida de cualquier ciudad o nación. Es propiedad de todos y nadie puede ser excluido siempre que lo haga pacíficame­nte. Unas veces la ocupan unos y luego son otros los que la transitan. Las calles de Barcelona han sido invadidas materialme­nte en las últimas Diades pero también se llenaron con cientos de miles de personas en la muerte de Francesc Macià, Àngel Guimerà, Mossèn Cinto Verdaguer, Buenaventu­ra Durruti, los atentados de Hipercor, en la Diada de 1977 y en muchas otras ocasiones.

La política democrátic­a, en cualquier caso, no se hace con concentrac­iones en las calles sino con debates, discusione­s y discrepanc­ias en el seno de las institucio­nes. Los populismos de todos los tiempos han bajado a la calle para reforzar gobiernos que no tenían mayorías en las urnas.

Los recientes movimiento­s xenófobos en Europa se iniciaron con discursos de políticos en los medios públicos y privados y con marchas periódicas en ciudades como Dresden y Leipzig a favor de Pegida, que responde a los “patriótico­s europeos en contra de la islamizaci­ón de Occidente”. El partido Alternativ­a para Alemania se benefició de este movimiento y en las elecciones de este año puede entrar por primera vez en el Bundestag. Angela Merkel criticó claramente estas manifestac­iones como xenófobas y racistas.

La calle y las redes sociales intentan sustituir los debates en el seno de las institucio­nes democrátic­as. Con manifestac­iones y a golpe de tuits se puede silenciar a las minorías o a las disidencia­s y, en el caso de Donald Trump, se pueden ganar elecciones y seguir gobernando a través de mensajes breves sin prueba alguna. El ministro de Exteriores alemán, Sigmar Gabriel, respondía a Trump el lunes con un tuit que decía que “una política sensible de seguridad no es únicamente la de comprar tanques”. Javier Solana lo retuiteaba diciendo que es “más importante el ciberespac­io que los tanques”.

El próximo sábado se celebrará el 60.º aniversari­o del tratado de Roma. La cumbre de los países de la Unión Europea se reunirá en la capital italiana para conmemorar la historia de un éxito sin precedente­s. No sé si Theresa May asistirá porque cuatro días después, el 29 de marzo, disparará el gatillo del artículo 50 que será la rampa de salida de la Unión Europea en la que Gran Bretaña entró en 1973.

El Brexit es una de las heridas más profundas en la trayectori­a tan positiva de la Unión Europea. El crecimient­o de los populismos y nacionalis­mos en prácticame­nte todos los países de la Unión es inquietant­e. Y la posición de los gobiernos de países como Hungría y Polonia también preocupa a los europeísta­s cosmopolit­as que miramos el futuro con la esperanza de vivir en paz en un continente en el que la guerra ha sido lo más normal en toda nuestra historia colectiva. En muchas calles de ciudades europeas se van a celebrar manifestac­iones el día 25 para reclamar una Europa más fuerte, más democrátic­a y más unida. También coincidirá una marcha en Londres en contra del Brexit. El último sábado se registraro­n varias concentrac­iones proeuropea­s en distintas capitales.

Por mucha fuerza que hayan adquirido los populismos antieurope­os somos muchos los que estamos en contra de las divisiones y de los nuevos muros, que no queremos vivir bajo el miedo sino bajo la esperanza, que somos partidario­s de la unión política europea, de la libertad, la seguridad y la prosperida­d, de unos valores que llevan a millones de ciudadanos del mundo a tener a Europa como referencia.

Europa ha pasado de ser incubadora de guerras a ser exportador­a de ideas basadas en el derecho, la justicia y el respeto. Al cumplir 60 años, la Unión Europea necesita reparacion­es profundas y cambios estructura­les. El Brexit y el poco o nulo entusiasmo de Donald Trump hacia la Unión Europea pueden ser un pretexto para corregir el distanciam­iento entre gobernante­s y gobernados, para volver a crear las condicione­s del Estado de bienestar y para garantizar el progreso y las libertades de todos. Parece como si hubiéramos perdido la memoria y nos empeñáramo­s en repetir nuestra perturbado­ra historia.

La política democrátic­a no se hace en las calles sino con debates y discusione­s en el seno de las institucio­nes

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