La Vanguardia

Los únicos restos del naufragio

Las esperanzas de hallar a los dos marineros se esfuman casi por completo con el hallazgo de las balsas salvavidas del arrastrero, vacías

- D. MARCHENA Barcelona

La Torre del Rellotge, que fue el primer faro de Barcelona, junto al muelle de Pescadors, nunca marcó las horas de forma más lenta. La llegada a puerto de los pesqueros de arrastre se hizo interminab­le. Toda la flota, incluso el Hermanos Parrones, una pequeña embarcació­n casi de pesca artesanal, que manejan Juan y su hijo Dani, participar­on el lunes en la búsqueda de Mfeddal y Cheikhou. Ayer volvieron a hacerlo. La flota de cerco, que trabaja de noche y se conoce en argot como la de la luz (por las luces con que se ayudan para pescar), no zarpó anteanoche ni anoche en señal de respeto.

La única noticia que los pesqueros trajeron el lunes de sus compañeros fueron las dos balsas salvavidas, que se inflaron de forma automática con la colisión, casi como un airbag. Vacías. Los 380 miembros de la cofradía han demostrado una vez más ser una gran familia. Patrones que han tenido la desgracia de ver morir a bordo a un hermano en un accidente terrible hacen de tripas corazón y participan en el operativo. Otro capitán, que no se ha recuperado de la muerte repentina de una hija de 21 años, también predica con el ejemplo.

Nadie quiere hablar de los compañeros en pasado, pero a veces el subconscie­nte traiciona. Un pescador dice que el marroquí Mfeddal “vivía” –y a renglón seguido se retracta y dice “vive”– en l’Hospitalet de Llobregat, con su mujer y dos hijos. Hay fotos de él en Facebook. El senegalés Cheikhou tiene tres hijos, que viven en la minúscula isla de Bettenty, la patria de los pescadores, cerca de la frontera con Gambia. “Los dos tenían familia”, resume la consellera de Pesca, Meritxell Serret.

Muchos conocen a los marro- quíes en los muelles, donde todo el mundo tiene mote, como los jais. También los subsaharia­nos tienen su sobrenombr­e, como admitió de forma implícita uno de los senegalese­s que el lunes se resistía a perder la esperanza y aguardaba la llegada de los dos marineros desapareci­dos. –¿Los conoces? –Sí, soy primo del moreno. Ayer un amigo explicó que Cheikhou estuvo hace poco en su casa, visitando a los suyos. En realidad, dijo que “estuvo en África”. Un continente, un concepto inabarcabl­e, una realidad poliédrica, una casa: África. Todos recuerdan anécdotas de uno y otro. José el Labio, uno de los armadores de la cofradía, explica que una vez regaló a Mfeddal una caja de tomates cherry que recibió de su tierra, Granada. El pescador siempre se mostró agradecido. “Un día me vio mientras recogía unas redes y me dijo: ‘Usted ya es muy mayor, patrón, déjeme a mí’. Y no me dejó que siguiera”.

Xavi, uno de los supervivie­ntes, es miembro de una estirpe de pescadores, hijo y sobrino de dos armadores, los Pau. Tiene dos hermanos pescadores, uno de ellos su gemelo, Toni, que trabaja en El Ferrosa. Él y Xavi se parecen tanto que incluso quienes los conocen de toda la vida los confunden. Dos hombres corpulento­s, con manos como mazas, que recuerdan al hombretón que también fue su padre, ahora ya jubilado. En la Barcelonet­a se cuentan mil anécdotas de él, como la vez en que llevó un remolcador a Cartagena y, como sabía que un vecino del barrio hacía la mili allí fue a verlo. “Era 1971, en plena dictadura. Yo estaba arrestado –explica aquel recluta, el fotógrafo Vicens Forner–, pero montó un jaleo de mil demonios, y no paró hasta que me sacaron del calabozo para que me pudiera ver e invitarme a cenar. ‘No lo traiga muy tarde’, le dijo el coronel”.

Alguien pregunta a un senegalés si conoce a los desapareci­dos y él responde: “Sí, el ‘moreno’ es mi primo”

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VICENS FORNER Las balsas de El Fairell que un pesquero de arrastre encontró el lunes en la zona del accidente

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