La cara amable del IRA
Cuando Martin McGuinness fue detenido en 1973 cerca de un coche que contenía armas y municiones y condenado por delitos terroristas, sus interrogadores de la inteligencia británica ya se dieron cuenta de que era alguien capaz de mover montañas con el lenguaje, el tipo de individuo, en suma, que con el tiempo sería necesario para sacar adelante un acuerdo de paz en el Ulster y persuadir al IRA de que entregase las armas. Y así fue.
McGuinness ha fallecido a los 66 años de una rara enfermedad genética, que se da sobre todo en el condado irlandés de Donegal, donde nació su madre, y debilita el corazón y otros órganos. Paramilitar primero y político después, ha sido número dos del IRA en la ciudad de Derry, jefe operativo y miembro del consejo armado de la organización,
diputado en el parlamento de Stormont, ministro de Educación del Ulster y viceprimer ministro de la provincia, hasta que se retiró hace unas semanas ya muy debilitado por la enfermedad.
Uno de siete hijos (seis niños y una niña) de una familia numerosa típica irlandesa, McGuinness creció en el empobrecido y sectario Derry de después de la Segunda Guerra Mundial, donde no había mucho trabajo para nadie, pero desde luego no para los católicos (los protestantes controlaban el funcionariado e instituciones como la policía). Siempre contaba la anécdota de, teniendo 18 años, ir a pedir trabajo como mecánico a un taller. “El dueño sólo me dijo tres frases –explicaba–: ¿cómo te llamas?, ¿a qué colegio has ido? y largo de aquí”. Fue entonces cuando decidió que la única manera de cambiar las cosas era la lucha armada e
ingresó en los provisionales del Ejército Republicano Irlandés.
Poco después, en el transcurso de una marcha pacífica por los derechos civiles y en circunstancias que nunca se han aclarado del todo (nadie admite haber sido el primero en disparar), soldados del Primer
Batallón del Regimiento de Paracaidistas mataron a 14 personas en Bogside, el barrio donde vivía McGuinness. Ante la comisión para la Verdad y la Reconciliación, reconoció haber estado allí (él aseguraba
que como simple militante, otros alegan que era ya el número dos del IRA en Derry).
Los años ochenta fueron de una enorme turbulencia en el Ulster. Después de su detención y el cumplimiento de una breve condena, Martin McGuinness progresó rápidamente en los provisionales, aunque su versión es que abandonó la militancia activa del IRA en 1974, dos años después del domingo sangriento de Derry. La diferencia es fundamental a la hora de atribuirle responsabilidades. Si efectivamente fue jefe de operaciones y miembro del Consejo Armado, como han alegado periodistas de investigación y la mayor parte de la comunidad protestante, su responsabilidad en numerosos atentados, como el de Enniskillen (donde una bomba mató en un hotel a 13 personas que celebraban el día del Armisticio), sería innegable.
En un caso u otro, cuando tras los Acuerdos del Viernes Santo de 1998 se firmó primero el cese de la violencia y luego la entrega de las armas, Gerry Adams y Martin McGuinees dieron un paso adelante como el número uno y número dos del Sinn Fein, antiguo brazo político del IRA reconvertido en partido democrático de izquierdas, de corte populista y dedicado a la reunificación de Irlanda. A la comunidad católica la convencieron de que había llegado el momento de cambiar de sintonía y buscar ese objetivo a través de la política.
Familia aparte (estuvo casado 42 años con Bernardette y deja cuatro hijos), las dos relaciones fundamentales en la vida de McGuinness han sido Adams y, del otro lado del espectro político, el reverendo protestante Ian Paisley, furibundo líder
del Partido Democrático Unionista. Para que pudiera formarse gobierno en el Ulster tenían que entenderse, y vaya que lo hicieron, contra todo pronóstico. De enemigos declarados se convirtieron en amigos y colegas, teniendo siempre palabras amables el uno hacia el otro a pesar de que las posiciones solían ser contrarias.
“Hasta hace poco no había intercambiado ni tres palabras con Paisley sobre el tiempo –dijo McGuinness cuando ambos fueron recibidos en la Casa Blanca–, y ahora nos lo contamos todo y no dejamos de hablar de lo divino y de lo humano”. Hay quienes sugieren que el reverendo se convirtió en una especie de confesor del dirigente republicano, y que se fue a la tumba sabiendo perfectamente –y no habiendo contado nunca a nadie– cuál fue de verdad su papel en el IRA.
Tras la jubilación y retirada de Paisley, McGuinness no se llevó ni mucho menos tan bien con los dirigentes unionistas que lo han sucedido, Peter Robinson y Arlene Foster. Su último gesto político fue hacer caer al gobierno de Stormont y forzar unas elecciones de las que el Sinn Fein –ahora una fuerza a ambos lados de la frontera– salió como gran vencedor. Pasara lo que pasara antes, hasta sus enemigos reconocen que ha sido decisivo para la pacificación del Ulster.
Hasta sus más feroces enemigos reconocen que fue un personaje decisivo en la pacificación del Ulster
Se le atribuye haber sido un miembro del consejo armado del grupo terrorista, pero él lo negó hasta el final