La Vanguardia

Revender es más difícil que robar

Las pinturas de artistas de renombre son muy difíciles de colocar en el mercado del arte

- JOSEP PLAYÀ MASET Barcelona

Uno de los mayores robos de arte de la historia es el que se produjo el 18 de marzo de 1990 en la casa museo de Isabella Stewart Gardner, en Boston (Estados Unidos). Ese día dos hombres disfrazado­s de policías desarmaron a los guardias de seguridad y se llevaron 13 cuadros bien selecciona­dos. El más conocido de todos: El

concierto de Johannes Vermeer, uno de los escasos treinta óleos conocidos de este artista. Y también se llevaron La tormenta en el

mar de Galilea de Rembrandt, otros dos de este mismo pintor, un Manet –lo arrancaron y dejaron el marco en la silla del jefe de seguridad– y cinco dibujos de Degas. Nadie se explica aún por qué se llevaron también un vaso de bronce del siglo XII a.C. y el remate de una bandera napoleónic­a y dejaron otras obras como un Tiziano. El precio estimado del conjunto superaba los 500 millones de euros y el FBI llegó a ofrecer hasta 5 millones por una pista fiable. Han pasado 27 años y nada más se ha sabido del caso.

Pese a este precedente, vender una obra de arte robada, que esté catalogada y sea muy conocida, acostumbra a ser casi más difícil que hurtarla del museo o de la casa privada donde se halla, por muchas medidas de seguridad que existan. Lo demuestra el hecho de que son muchos los cuadros robados que acaban por volver a su lugar de origen, como acaba de pasar con esos dos de Van Gogh. Pero aún así la historia de arte cuenta con varios episodios abiertos en los que aún hay obras desapareci­das y ladrones sin castigo.

Otro de los grandes robos sin resolver es el que se produjo el 20 de mayo de 2010 en el Museo de Arte Moderno de París, en el Palais de Tokyo. Los ladrones se llevaron cinco obras, entre ellas La

paloma con guisantes, de Pablo Picasso y La pastorale, de Henri Matisse, así como otras tres de Braque, Modigliani y Léger. La intensa persecució­n policial hizo pensar que los ladrones pudieran haber tirado las obras a un contenedor.

En el 2015 fueron robadas cinco obras de Francis Bacon del piso en Madrid de un antiguo amigo y amante suyo. Pese a que un año después la policía detuvo a varios intermedia­rios que intentaron colocar las obras en el mercado, los lienzos aún no han aparecido.

De los grandes robos que ha habido en España la mayoría se han resuelto favorablem­ente. En el 2001 se robaron dos obras de Goya y una de Brueghel del domicilio de Esther Koplowitz, en Madrid, pero fueron localizada­s al cabo de poco. También se halló el Códice Calixtino de la catedral de Santiago de Compostela y un libro del Beato de Liébana de la catedral de la Seu d’Urgell (aunque nunca se halló la página 15 del códice). También se recuperaro­n seis obras de Joan Miró robadas de la Fundació Miró en 1988 y la mayor parte de las piezas de la Arqueta de Banyoles robadas por Erik el Belga, un personaje que expolió numerosas iglesias. Parece que fueron unos ladrones, bajo las órdenes del mismo Erik el Belga, los que robaron en 1981 52 obras de arte del Museo Víctor Balaguer de Vilanova i la Geltrú, aunque la mayor parte fueron recuperada­s en Holanda y Alemania al cabo de dos años.

Entre las recuperaci­ones más célebres de la historia se cita la de

La Gioconda, robada del Louvre en 1911 por un carpintero italiano y recuperada dos años más tarde. Y los robos de dos versiones de El

grito, de Edvard Munch, una de la Galería Nacional de Oslo, en 1994, y otra en el museo Munch, también de Oslo, en el 2004, que la policía pudo devolver a las dos pinacoteca­s. Y naturalmen­te también el de las 20 obras de Van Gogh robadas en 1991 en Amsterdam, entre las que estaba el célebre Los girasoles. En el 2008 se robó en Suiza El niño del chaleco rojo, de Paul Cézanne, y otra obra de Claude Manet, pero fueron halladas al cabo de cuatro años por la policía serbia en Belgrado.

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UNIVERSAL HISTORY ARCHIVE / GETTY El grito de Munch, robado en el 2004 y recuperado en el 2006

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