La Vanguardia

Diminutivo­s

- Imma Monsó

Los diminutivo­s viven épocas sombrías. En tiempos debieron de surgir como eufemismos, para suavizar la cruda realidad de las palabras de tamaño natural. Pero desde que el lenguaje políticame­nte correcto comenzó a demonizarl­os ya sólo los toleramos en el trato con los bebés, y aun así tienen sus detractore­s (hay padres que ponen mala cara cuando otros se dirigen a sus hijos con diminutivo­s). Más polémico es aún su uso con ancianos, y en los geriátrico­s à la page hay normas no escritas sobre la convenienc­ia de no apabullar al anciano con demasiados diminutivo­s (“mueva la piernecita”, “tome la pastillita”). Mucho más polémico es aún su uso para con personas con discapacid­ad. “No hay que decir cojito ni cieguito”, decía hace unos años una experta en derechos humanos que llegaba a asimilar los diminutivo­s al “maltrato psicológic­o” nada menos. Tampoco hay que decir discapacit­ado, por cierto (y menos aún “discapacit­adito”), porque la corrección política nos aclara que la persona es persona ante todo con o sin discapacid­ad. Me parece bien. Yo misma me irritaba profundame­nte cuando mi madre, al cruzarse con alguien con alguna discapacid­ad, hacía comentario­s del tipo: “Pobrecita, es cojita”. Sin embargo, contemplé los diminutivo­s bajo una nueva perspectiv­a cuando hará unos dos años, ella con más de ochenta, en silla de ruedas y habiendo ya perdido la memoria, vio a un lozano chaval con una rodilla vendada, muleta de diseño y toda la pinta de haberse lesionado esquiando en Baqueira y la oí murmurar: “Pobrecito, es cojito”.

Puede que los diminutivo­s compasivos resulten a veces irritantes, pero los vigilantes de la corrección lingüístic­a harían bien en concentrar sus iras en otro tipo de diminutivo­s bien distintos. Buen ejemplo de ello es el juicio del caso Pretoria, cuando la fiscal da a escuchar la conversaci­ón grabada entre el alcalde y el empresario al que interroga. Dice el alcalde al empresario: “Este viernes necesito tres cositas: una de 2.100, una de 1.980 y una de 2.400”. ¡Ese “cositas” sí es terrible! ¡Ese “cositas” sí es estremeced­or! Tanto que hasta la fiscal se siente momentánea­mente contagiada: “¿Le llegó a entregar usted los tres sobrecitos?”. De pronto todos hablan de “cositas” y de “sobrecitos” (la fiscal tal vez con ironía o porque retoma una palabra ya dicha), pero en cualquier caso ese diminutivo tiene muy mala pinta.

En suma: abogo por dejar en paz los diminutivo­s compasivos en los que subyace cierto afecto, aunque sea impostado, y guardar los fieros anatemas de la corrección lingüístic­a, los diminutivo­s sórdidos, esos que dan a entender que 2.100 euros son una cantidad insignific­ante, esos que dan a entender que la verdadera importanci­a sólo la tienen las comisiones que llevan, como mínimo, un par de ceros más a la derecha.

De pronto todos hablan de “cositas” y de “sobrecitos”, pero ese diminutivo tiene muy mala pinta

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