Secretos de Estado
Mi añorado maestro Néstor Luján se presentó un día en el comedor de Can Boix y exclamó: “No entiendo cómo el Rey no se presenta en las Cortes y les dice: señores del Gobierno, tienen ustedes al jefe de la Guardia Civil huido en busca y captura, la directora del Boletín Oficial del Estado que se vende el papel para comprar abrigos de visón a su amiga, el ministro de la Gobernación acusado por los casos del GAL, tanto por secuestro equivocado como por encalar a Lasa y Zabala, al hermano del vicepresidente sentado en un despacho que no le corresponde en Sevilla, etcétera. ¿Alguien puede explicarnos cuándo va a cesar este despropósito?”.
Cesó en el año 96 cuando Aznar le ganó a Felipe por tan poco que tuvo que pactar con Jordi Pujol. En España aún hay gente que sostiene que González fue un gran estadista ¡porque nos metió en la OTAN! y en la UE cuando él, como Suárez antes que él, sólo cumplió un certero programa de transición política elaborado por el Departamento de Estado de EE.UU. y comunicado a España por Henry Kissinger y el general Vernon Walters. Léanse las memorias de Walters, Silent missions, con sus visitas a Franco y Carrero Blanco, para entender mejor la transición.
En plena corrupción del Partido Socialista, aquel año de 1990 me extrañó mucho que el Rey, en su discurso de Navidad, no introdujera la más mínima alusión a la corrupción. No la perorata por lo demás exacta de Néstor Luján, pero sí algo. Nada. Silencios significativos y sospechosos. Yo, que había sido monárquico por dos razones –porque mi padre lo era y me hablaba de Alfonso XIII y porque mis amigos José María de Areilza y Antonio de Senillosa me exhortaban a ser monárquico “por motivos estéticos”, según Senillosa–, vi disminuir mi adhesión a la Corona ante aquel incomprensible silencio que era tolerancia con los abusos del PSOE. Entonces apoyé a José María Aznar en un grupo denostado por El País y demás palmeros socialistas, llamándonos el Sindicato del Crimen, formado por Antonio Gala, Camilo José Cela, Ansón, Del Olmo, Del Pozo, Pablo Sebastián, Herrero y otros.
González se fue de rositas, declarándole con todo el cinismo a sor Gabilondo que él “se había enterado por los periódicos” y que nada que ver con la X del GAL.
Pues bien, 27 años después hemos oído las grabaciones que los servicios secretos españoles, comandados entonces por Narcís Serra, el político más parecido a Fouché en un gobierno español, habían obtenido de las conversaciones del jefe del Estado, el rey Juan Carlos. Un tema normal sobre su vida privada pero que, en aquel momento, tuvo suficiente entidad para chantajearle con la cinta y evitar que hablaran de la corrupción. Quid prodest?, pues a Felipe González naturalmente, que sólo tuvo que acompañar a las puertas de la cárcel a algunos de sus ministros.
Así las cosas, el debate relevante en este momento me parece que es calibrar si merece la pena airear estas cintas casi tres décadas después o mejor para la estabilidad del país y la marca España callarse, ignorar el pasado y correr un hipócrita velo.
Supongo que los zapateristas partidarios de la memoria histórica y de abrir tumbas deben preferir que se conozca la verdad por pretérita que resulte. No hasta Guzmán el Bueno, pero sí desde 1931, por ejemplo, cuando se inició la República. Luego están los que, como quien esto escribe, tragamos quina durante trece años de gobierno de Felipe González, que acatamos democráticamente, pero que nos parecieron de un nivel bananero con discursos más propios de Cantinflas que de un primer ministro europeo.
Nos parece de justicia, tanto poética como histórica, que Felipe González, que propició este talante moral de república bananera que se ha establecido en España después de Leopoldo Calvo Sotelo, no sea considerado un gran estadista, sino un permisivo gobernante cuyos aciertos consistieron en ejecutar las consignas que le venían desde Estados Unidos, con las maletas que le venían de Alemania.
A favor de no airear más trapos sucios ni destapar cloacas del Estado están los que creen que eso no beneficiará a la marca España ni sirve a ninguna causa útil de cara al futuro. Entre los que así piensan habrá unos cuantos que recelen de las causas últimas de estas anacrónicas revelaciones, porque van en detrimento de la Corona: el impecable comportamiento de Felipe VI, que no deja el menor resquicio para la crítica, no se le puede discutir personalmente, sólo institucionalmente .¿ A quién puede interesar? A los republicanos opuestos a la monarquía por tradición o a quienes esperan que el cargo del jefe del Estado quede vacante para ocuparlo ellos. Personalmente, sólo me parece legítimo el esclarecimiento de la verdad, que cada cual aguante su vela y que nadie se vaya a un lugar de la historia que no se merece. Las maniobras contemporáneas por el poder, que también son normales e incluso legítimas en democracia, en tanto en cuanto se respete o modifique legalmente la Constitución, merecen un mínimo de atención.
Me parece legítimo esclarecer la verdad, que cada cual aguante su vela y nadie se vaya a un lugar de la historia que no se merece