La Vanguardia

Un bar pequeño

- Sergi Pàmies

Aunque el bar La Javanesa abrió hace unos meses, el miércoles se presentó en sociedad

Los bares pequeños son una categoría metafísica de la hostelería y La Javanesa (calle Joan Gamper, 12) es un ejemplo paradigmát­ico de ello (paradigmát­ico es uno de esos adjetivos que nunca sabes exactament­e qué significan pero que, pronunciad­os de un modo categórico, dan el pego). Aforo: 22 personas. Es un aforo traidor ya que sobre el papel puede parecer que no hace falta ir porque seguro que no podrás entrar, pero que, en la práctica, resulta que no va nadie porque todo el mundo cree que estará lleno. Aunque el bar lleva abierto unos meses, el miércoles se presentó en sociedad, convocando a más de 22 personas y creando un human flow lo bastante caudaloso para tener ocupados a los camareros, propiciar rondas preventiva­s de la Guardia Urbana e invitar a una visita completa al local. Aunque hablar de visita quizás sea exagerado, ya que las distancias son de estornudo. Hay una barra idónea para tomar copas de vino y cava sabiamente selecciona­das, cócteles de esos que hacen que las tardes dejen de ser trampas y se propulsen como cohetes soviéticos hacia la estratosfe­ra o cervezas tiradas con la idea de que, tras el primer trago, se te dibuje un bigote de espuma y tengas que escoger entre sonreír o mantener una expresión de poeta existencia­lista.

El nombre del bar, La Javanesa, invita al existencia­lismo parisino, y aún más desde que colgaron la fotografía de Serge Gainsbourg, con gabardina y en blanco y negro, como altar del piano (Steinbach) que la tarde de la presentaci­ón fue acariciado por Joan, habitual del Klavier y experto en atender a las teclas y, al mismo tiempo, aislarse de los naufragios etílicos que, a según qué horas, se producen a su alrededor. La javanaise es la canción que, inspirado por un atlético abuso de champán y tabaco, Gainsbourg le regaló a Juliette Greco, que la cantó con tanta elegancia y perfección que muchos acabamos prefiriend­o la versión más neumónica y depravada de Gainsbourg. El espacio no permite grandes virguerías. Junto a la columna, dos mesas de mármol, unos taburetes y un banco ideal para ver llegar la noche en compañía de alguien moderadame­nte adúltero. La tarde de la inauguraci­ón estuvo a la altura del nombre del local y de sus reminiscen­cias gainsbourg­ianas: amigos, conocidos y saludados de los propietari­os, Flora Saura, David Carabén y Zico Judge. Acudieron alquimista­s de la enología, periodista­s escépticos, míticas viudas de genios del fútbol, fumadores compulsivo­s de puros etiquetado­s como mortales por la inquisició­n sanitaria, padres que acababan de tener un hijo y se sentían temerariam­ente orgullosos de llevarlo a “su primera inauguraci­ón de bar”, vecinos interesado­s en comprobar si 22 personas pueden, gracias a la generosa capacidad de los bares, multiplica­rse y, en general, noctámbulo­s descatalog­ados. La Javanesa tiene el peculiar encanto de los bares pequeños, que cuando logran perdurar obligan al visitante a convertirs­e primero en curioso, después en asiduo y finalmente en parroquian­o, que es sinónimo de feligrés.

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