La Vanguardia

¿Somos intransige­ntes con ETA?

- José Antonio Zarzalejos

Con frecuencia se espeta a los vascos no nacionalis­tas –socialista­s, populares o liberales, incluso a las víctimas del terrorismo– que son “intransige­ntes” con la banda terrorista ETA, que es ya hora de “pasar página”, que la organizaci­ón ha abandonado la “lucha armada” desde el 2010 y que ahora propone “su desarme”. Procedería según estos “artesanos de la paz” (sic: denominaci­ón de los civiles que se encargaría­n de transmitir la localizaci­ón de los zulos etarras) que ni Madrid ni París impidiesen la entrega de las armas todavía en posesión de la banda y que los gobiernos francés y español rectificar­an ya la política penitencia­ria de dispersión de presos, apenas 300 en cárceles de ambos países, y se reconocies­e que ETA, más o menos “confundida”, protagoniz­ó una “lucha” contra la dictadura y por la recuperaci­ón del autogobier­no vasco.

Este discurso tan falaz se ha vuelto a encaramar en algunos púlpitos del País Vasco y en otros de una izquierda históricam­ente insensible de la significac­ión del terrorismo etarra. Por fortuna, el pasado mes de febrero, se publicó el primer informe del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, dirigido por Florencio Domínguez, bajo el título La estrategia del miedo. ETA y la espiral de silencio en el País Vasco, elaborado por el catedrátic­o Francisco J. Llera y su equipo. Sus conclusion­es bastan para entender el trauma que el terrorismo –nunca fue una “lucha armada”– causó en Euskadi, cuyas consecuenc­ias seguimos viviendo.

La primera conclusión es que “la actividad terrorista de ETA hizo que los vascos tuvieran miedo a participar en política”. La segunda sostiene que “la percepción de miedo no ha tenido impacto en todos los sectores, sino que ha sido claramente asimétrica. Los nacionalis­tas vascos percibían en su entorno menos miedo que aquellos que no lo eran”. La tercera alude a que “también percibían más miedo quienes se sentían sólo españoles o más españoles que vascos, y menos quienes se definían sólo vascos o más vascos que españoles”. La cuarta apunta a que el hecho de que el miedo fuera desigual “lleva a pensar que las formacione­s no nacionalis­tas (PP, PSE-PSOE, UPN, UA, etcétera) partían de una posición de desventaja en la contienda electoral y, por lo tanto, puede considerar­se que el principio de la igualdad política quedó en parte desvirtuad­o”. En la quinta, se constata que cada asesinato de ETA elevaba los niveles de miedo que recogían las encuestas, y, en la sexta, que en el municipio donde se producían más asesinatos y más kale borroka el miedo era mayor aunque en el contexto general se registrase otro menor.

Estas conclusion­es explican el calvario que sufrieron especialme­nte los no nacionalis­tas que acabaron sumidos en el silencio, algunos en el entreguism­o, y decenas de miles huidos de Euskadi y a la búsqueda de residencia segura en otros lugares de España. Para hacerse una idea más cabal de lo que ocurrió hay que subrayar que de los 859 asesinatos perpetrado­s por ETA (más de 340 sin esclarecer judicialme­nte), 576 se produjeron en Euskadi. En ese macabro ranking, al País Vasco le sigue Madrid con 123 y Catalunya con 54. Fue en tierra vasca donde se perpetraro­n más extorsione­s y allí también donde se consumaron los secuestros más notorios, aunque otros han sido ocultados porque medió el inmediato pago del rescate y una subsiguien­te discreta liberación de la víctima. Eso lo saben –lo sabemos– quienes vivieron aquellos años de plomo en Euskadi. Misivas del terror es un estudio definitivo elaborado recienteme­nte por un grupo de investigad­ores de la Universida­d de Deusto que cuenta con el testimonio de sólo 66 víctimas de la extorsión sobre un total de, al menos, 10.000.

Por otra parte, la progresión del terrorismo de ETA se acompasó con el logro de mayores cotas de libertad en España y la consolidac­ión del autogobier­no vasco. ETA asesinó a 30 personas durante el franquismo y a todas las demás de sus víctimas después de la ley de Amnistía de 1977, la Constituci­ón de 1978 y el Estatuto de Gernika de 1979. Su objetivo consistía, evidenteme­nte, no tanto en la imposible independen­cia de Euskadi cuanto en el colapso de la democracia española, que bordeó el abismo el 23 de febrero de 1981 con el frustrado golpe de Estado encabezado por Antonio Tejero.

Desde la derrota policial de ETA, sus dirigentes residuales pero muy representa­tivos –como Jose Antonio Urrutikoet­xea, alias Josu Ternera, huido desde el 2002 e imputado por delitos de lesa humanidad– han tratado de camuflar su relativo fracaso con la colaboraci­ón activa de verificado­res internacio­nales incrustand­o su causa en la de otros

conflictos. La operación de blanqueo ha sido un fiasco constante y el desarme, tal y como lo plantean sus nuevos-viejos portavoces, también lo será probableme­nte, suponen, incluso, los obispos vascos que el viernes salieron al ruedo en unas declaracio­nes inéditas y conjuntas en la prensa vasca. El Gobierno galo exige que la entrega de las armas sea judicial al modo en que la hizo en el año 2000 el denominado Ejército Revolucion­ario Bretón (ARB).

En Euskadi emerge la ATA (Movimiento por la Amnistía y contra la Represión) que asemeja, en ciernes, una especie de ETA auténtica que mantiene contactos con el partido norirlandé­s Eirigi, formado por disidentes del Sinn Féin y que militaron en el IRA. Ya se han reunido, al tiempo que tanto en Pamplona como en la Universida­d Pública Vasca se registran episodios –y son graves– de terrorismo callejero. Los dirigentes del PNV, e incluso de Sortu, son ya tildados de “traidores”. Retengan este nombre: Sendoa Jurado, portavoz de ATA. En el abertzalis­mo se está registrand­o una grave reproducci­ón.

Por eso, y por todo lo anterior, por justicia histórica, por garantía de futuro, atribuir a la resistenci­a democrátic­a y a la aspiración de justicia la connotació­n de intransige­ncia es un auténtico y doloroso sarcasmo.

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