La Vanguardia

Diplomacia gallinácea

- Glòria Serra

La última astracanad­a de José Manuel García-Margallo ha sido desvelar una de esas cosas que todos saben, pero que no se dicen en voz alta y menos en boca de un exministro. En 13TV, rodeado de amigos y de lo más selecto de los periodista­s de extrema derecha del país, el anterior titular de Exteriores contó lo mucho que él había hecho para contrarres­tar la pérfida campaña internacio­nal de los independen­tistas. Poniéndose medallas, García-Margallo aseguraba que “nadie sabe el esfuerzo que ha costado eso y los favores que debemos a una cantidad de gente por haber logrado que hagan las declaracio­nes que han hecho”. Los periodista­s nos hemos puesto las botas y, ni que decir tiene, todos los líderes independen­tistas catalanes, del presidente de la Generalita­t abajo.

Al fin y al cabo, el exministro de Exteriores ha dicho una obviedad: la diplomacia se basa en no pisarse mutuamente los callos y en compensars­e por las molestias y los favores. Exactament­e igual que en cualquier otra relación de convivenci­a, como una comunidad de vecinos. El del primero no pone impediment­os para instalar el ascensor y el resto no se queja de que su hija toque el piano todo el día. Entonces viene la diplomacia y lo viste con frases vacías de contenido: el bien común de los vecinos hace inexcusabl­e la instalació­n de un ascensor y la promoción de las artes y la cultura alientan a la niña a insistir con Para Elisa de Beethoven.

El actual titular de la cartera de Exteriores, el castizo Dastis (no es juego de palabras, sino descripció­n), ha intentado reconducir el debate. “Nosotros, naturalmen­te, continuare­mos con la tarea de explicar el ordenamien­to constituci­onal y la situación jurídica en España”. Inútil. García-Margallo ha levantado las faldas de la mesa camilla y todos estamos viendo las patas desnudas y la calceta de la abuela que se guarda allí.

La salida extemporán­ea e inesperada (para él) de García-Margallo del Gobierno español ha terminado por convertirs­e en un festival de sorpresas y de regalos para los periodista­s y la opinión pública. El exministro está enfadado, se le nota y quiere que se le note. De ninguna manera imaginaba que su buen amigo Mariano Rajoy lo dejaría caer del Ejecutivo en esta legislatur­a. Quizá debería haber calculado mejor que, en el mundo silente e impasible de Rajoy, ser un poco deslenguad­o e ir por libre no está bien visto.

Es cierto que García-Margallo ha sido durante años el principal encargado de responder al independen­tismo desde el Gobierno y el único en debatir públicamen­te con moderación y argumentos que fueran más allá del BOE. Queda para la historia, por desgracia como una rareza extravagan­te, su cara a cara con el actual vicepresid­ente catalán, Oriol Junqueras. Pero, como decía, tanto protagonis­mo y tener opinión propia le ha salido caro. Con todo, gracias a su intemperan­cia sabemos algo mejor cómo funcionan las cosas. Sugiero al consejero Raül Romeva, el encargado en el Govern de la Generalita­t de la difusión internacio­nal del proceso soberanist­a, un ligero cambio de estrategia. Visto que Catalunya no está en disposició­n de prometer demasiados favores porque, de momento, tampoco los puede cumplir, hay que improvisar. Poner en la maleta del consejero una prudente cantidad de longanizas y requesón de Montserrat podría ser un buen principio.

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