La Vanguardia

Paloma Gómez Borrero

- Víctor-M. Amela

Paloma siempre estuvo ahí. ¡Paloma Gómez Borrero! Desde jovencito oí su voz y la imaginé circunvala­ndo el Coliseo en Vespa, la presentí entrando y saliendo del Vaticano por la plaza de san Pedro o por alguna portezuela secreta, a su aire, siempre resuelta y jovial, siempre risueña y dulce, antes y después de volar con todos los papas de Roma, porque ella ha sido la paloma que más ha volado y que más paz ha irradiado en casa del sucesor de Cristo desde su ascensión a los cielos hace casi dos mil años. Paloma Gómez Borrero, novia del Papa polaco, amiga de todos los prelados, purpurados y tonsurados, hermana de monjitas y novicias, amiga de catecúmeno­s y romeros, adelantada de beatificad­os y canonizado­s, mensajera de inciertas fumatas, ella, radiante mujer de pies a cabeza, todo un ángel entero, se nos ha elevado al cielo de los Buenos y de los Justos, al cielo de los periodista­s en raro olor de santidad.

Segura de su valía, jamás se victimizó como fémina ni alardeó de nada, habiendo sido la primera mujer que TVE destinó como correspons­al al extranjero, porque era muy buena (en todos los sentido de la palabra). La conocí y no podía creerlo: ¡estaba con Paloma Gómez Borrero, era real! Me trató como a un colega de toda la vida y me contó entre risas –¡siempre todo entre risas!– cómo siendo menor de edad se subió al volquete de un camión (moza española en autostop) para correr por Europa las aventuras que le pedía su alma inquieta de explorador­a y de periodista incondicio­nal.

Me contó también que en las estancias de su diecioches­co palacete de Roma –no podré ya visitarte ahí, Paloma– bullían fantasmas juguetones, y que en la embajada española en la Piazza de Spagna entrevió el espectro de un histórico monje traspasand­o una puerta. Entendí que Roma era para Paloma una escenograf­ía celestial poblada de almas buenas, espíritus traviesos y fantasmas burlones que ella veía, driblaba y toreaba, y les tomaba el pelo también, siempre divertida. Es imposible que nunca nadie haya podido articular una sola mala palabra sobre esta mujer, una rareza entre periodista­s. “Era nuestra tieta en Roma”, me dice mi colega Miquel Villagrasa, que fue correspons­al de este diario en la capital italiana y que recuerda cómo Paloma acogía a todos los periodista­s españoles novatos para enseñarles a volar allí.

Hoy la lloran sus compañeras de Amigas y conocidas (La 1), tertuliana­s moderadas por Inés Ballester, como la lloramos todos los demás. En dicha tertulia solivianté un día a Curry Valenzuela (bromeé, aludiendo a viejos comentario­s suyos: “Curry, ¿nos enviarás los tanques o no?”), que acabó subiéndose por las paredes, y ahí interpuso Paloma Gómez Borrero el bálsamo de su sonrisa para dulcificar la acre intemperan­cia de su compañera, que empezaba a alarmarme: ¡el humor, termómetro de la inteligenc­ia y reclinator­io de la bondad! A Paloma Gómez Borrero le sobraban humor, inteligenc­ia y bondad, que en las personas grandes son una misma cosa. El vuelo de Paloma Gómez Borrero ha mejorado esta tierra y este oficio, ¡todas las gracias le sean dadas!

Veía espectros y leía fumatas, periodista incondicio­nal, muy buena... en todos los sentidos de la palabra

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