Pla y la autoridad social

HACE casi un siglo, Josep Pla se quejaba en un artículo en la Revista de Catalunya de la desaparición de la autoridad social en el país. “Sólo hay la autoridad administrativa y burocrática, las iniciativas de las cuales no llegan a nada. Y así vamos tirando, dentro de una anarquía a veces explosiva, a veces tibia y sin importancia”. Se quejaba de esta manera Pla de la falta de protagonismo de la sociedad civil, más allá de la clase política. En nuestros días, la sociedad civil catalana no pasa por sus mejores horas, pues le cuesta mojarse a pesar de la tormenta que se avecina, entra otras cosas porque mantiene intereses o relaciones privilegiadas con el poder, que le permiten ir tirando según la expresión planiana.

Mañana, Mariano Rajoy ha convocado a la sociedad civil catalana –título genérico que agrupa a unos centenares de dirigentes de instituciones, empresas y organismos– para presentarles las inversiones en infraestructuras que el Gobierno tiene previsto llevar a cabo en esta legislatura. Es una manera de decirles que no les ha abandonado y que es sensible a sus demandas, se llamen corredor del Mediterráneo o la mejora de la red de cercanías.

Ciertamente, la sociedad civil ha sido muy activa en Catalunya, pero en los últimos años ha perdido vigor y ha ganado acomodación con el poder. Félix Millet mantenía que en realidad “somos cuatrocientos y siempre los mismos”. Hasta tal punto ha perdido protagonismo que el término ha sido arrebatado por nuevas entidades como la ANC. Una de las pocas organizaciones que aún se hace oír es el Cercle d’Economia. Su último documento admite que el conflicto catalán es político y reclama que sea asumido por toda España, al tiempo que avisa al soberanismo que sin el cumplimiento de la ley nada es democrático. Sus dirigentes pretenden esa autoridad social que reclamaba Pla para que no todo quede en el terreno de la batalla partidista.