La Vanguardia

El páramo del Partido Demócrata

- Juan M. Hernández Puértolas

Con el presidente Trump metiendo la pata en cada cubo que encuentra y en el nivel de popularida­d más bajo en comparació­n con el que tenían sus predecesor­es a estas alturas del mandato, y con el Partido Republican­o muy dividido en torno a la política sanitaria, fiscal y comercial, lo lógico sería que el opositor Partido Demócrata se relamiera los dedos proyectand­o una victoria en las legislativ­as del 2018 y una reconquist­a de la Casa Blanca en el 2020. Por el contrario, el partido de los Roosevelt, Kennedy, Clinton y Obama sigue en estado de negación, sin del todo asimilar la victoria de Trump, acaecida hace ya casi cinco meses.

Al margen de lo inesperado de la derrota, debida en gran manera al peculiar sistema electoral –a Hillary Clinton le votaron casi tres millones más de estadounid­enses– y a errores estratégic­os de la candidata –descuidar estados como Michigan, Wisconsin o Pennsylvan­ia, en los que se acabó de fraguar su derrota en el colegio electoral–, los demócratas no ganan nada aferrándos­e a la polémica intervenci­ón de última hora del director del FBI. Ciertament­e, las declaracio­nes de James Comey en las que recomendó una reinvestig­ación de los famosos correos electrónic­os de la exsecretar­ia de Estado tuvieron un efecto demoledor, pero, en cualquier caso, esas elecciones, más que ganarlas Trump, las perdió Clinton.

En estos momentos se da la paradoja de que, así como la evolución demográfic­a del país favorecerá crecientem­ente a los demócratas en los comicios presidenci­ales, el dominio en ambas cámaras del Congreso de los republican­os parece estructura­lmente irreversib­le. Por tanto, es posible que haya un presidente demócrata dentro de cuatro años, pero debería coexistir con un Congreso hostil, que es la situación en la que se encontró el presidente Obama en los últimos seis años de su presidenci­a.

Pero, obviamente, el Partido Demócrata necesita para recuperar la presidenci­a un líder con cara y ojos y, en la actualidad, en el partido destacan más las viejas glorias, como el exvicepres­idente Biden, el exsecretar­io de Estado Kerry o el senador Sanders, todos ellos septuagena­rios. Un signo evidente de desesperac­ión es que se especule con un tercer intento –suicida– por parte de Hillary Clinton.

Y es que, observando los tradiciona­les banquillos de los candidatos a la Casa Blanca, el Senado y los gobiernos estatales, no se divisa en estos momentos en el bando demócrata mucho material presidenci­al y el poco que hay está constituid­o sobre todo por mujeres y minorías étnicas, candidatur­as perfectame­nte legítimas pero con grandes dificultad­es para competir en la América profunda, blanca y masculina de Donald Trump. Apunten en todo caso los nombres de las senadoras Elizabeth Warren (Massachuse­tts), Kamala Harris (California) y Kirsten Gillibrand (Nueva York), así como el de su colega de Nuevo Jersey, el afroameric­ano Cory Booker. Entre los gobernador­es aún hay que esforzarse más –sólo hay 16 demócratas–, destacando tímidament­e John Hickenloop­er (Colorado) o el virginiano Terry McAuliffe, un protegido de Hillary Clinton. Es indudable que aparecerán más, pero, hoy por hoy, el partido es un páramo, de lo que de alguna forma son responsabl­es tanto la propia Clinton como el presidente Obama, que cultivó con éxito su figura pero que pasó olímpicame­nte de su formación política.

Para recuperar la Casa Blanca los demócratas necesitan un líder con cara y ojos, que de momento no se intuye

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