La Vanguardia

La epidemia de la desesperac­ión

La mortalidad de blancos sin estudios se dispara en EE.UU. por el consumo de medicament­os con opiáceos, drogas y alcohol, a lo que hay que sumar el aumento de suicidos

- ANDY ROBINSON Madrid

Amo a quienes no tienen estudios”. Cuando Donald Trump pronunció esta frase al inicio de la campaña presidenci­al, muchos lo criticaron por interpreta­r que esas palabras eran un elogio a la ignorancia. Pero Trump, en realidad, se solidariza­ba con un segmento de la población estadounid­ense a la que está matando la desesperac­ión. Y no son los hispanos, ni los africanos, ni ninguna otra minoría inmigrante. El nuevo mal de la desesperac­ión se está cebando con los blancos, de mediana edad y sin estudios universita­rios.

Un estudio del Instituto Brookings en Washington presentado esta semana concluye que la tasa de mortalidad entre ese segmento de blancos de mediana edad y sin estudios ha aumentado casi un 30% en los últimos 16 años. Un dato sin precedente­s, pues es la primera vez que los fallecimie­ntos entre ese sector de la población se disparan por motivos ajenos a las guerras o la violencia callejera.

¿Qué está pasando? El informe revela que las causas directas de esas muertes entre los blancos de edades comprendid­as entre los cuarenta y cincuenta años sin estudios hay que achacarlas a patologías relacionad­as con el consumo de alcohol y sobredosis de drogas, así como dolencias provocadas por una desmesurad­a ingestión de analgésico­s o medicament­os derivados del opio. A lo que hay que añadir un incremento de los suicidios. Este estudio es la prueba de que se está invirtiend­o –y eso pasa en una de las sociedades más modernas, como es la de EE.UU.– la tendencia histórica que apuntaba, en grupos demográfic­os considerad­os estables y felices, hacia una menor mortalidad y una mayor esperanza de vida. Los investigad­ores consideran que es la factura de una conducta autodestru­ctiva por el desencanto y falta de trabajo.

Los autores del informe, los epidemiólo­gos, Anne Case y Angus Deaton, ambos de la Universida­d de Princeton, definen su estudio como un análisis de “la muerte y la desesperan­za” de un segmento de la población que parecía hasta ahora gozar de cierta estabilida­d. Pero eso ya no es así. Y ahí se escondería, por lo tanto, la sorpresa generada con la publicació­n de este estudio. Hoy la tendencia al alza de la mortalidad ya no es patrimonio de la población negra o hispana de EE.UU., con más números de encontrar la muerte que sus vecinos blancos. Todo lo contrario, la tasa de mortalidad de esas minorías está por debajo de la de la población autóctona. Tendencia que se repite tanto en la población inmigrante más joven (amenazada por la violencia callejera) como en el segmento adulto.

El estudio lo deja muy claro: “Los estadounid­enses sin estudios, blancos y de mediana edad

TENDENCIA INVERTIDA Las minorías hispanas y africanas han dejado de ocupar el primer lugar en la cifra de muertes LA PREMONICIÓ­N DE TRUMP El presidente causó revuelo al afirmar que amaba a los blancos que no han ido a la escuela

–aquella clase obrera blanca con sus privilegio­s étnicos– mueren con más frecuencia que los afroameric­anos y los hispanos”. Hace dieciséis años la tendencia era a la inversa.

Este incremento de muertes achacados a la “desesperac­ión” es un fenómeno que de momento afecta sólo a Estados Unidos. En Europa, por ejemplo, las muertes mantienen una tendencia a la baja en todas las categorías demográfic­as, aunque esa caída ha reducido su ritmo de descenso en los últimos años. Un dato que debería ser tenido en cuenta por los europeos, visto lo que pasa al otro lado del Atlántico.

El estudio de la Universida­d de Princeton no se detiene a radiografi­ar la longevidad, aunque sus autores apuntan que este incremento de la mortalidad en ese segmento de población blanca podría traducirse en un futuro en un descenso de la esperanza de vida en ese país, uno de los indicadore­s más importante­s del desarrollo humano.

La mortalidad de los blancos sin estudios superiores –calculado a partir del numero de fallecimie­ntos por 100.000 personas en riesgo de morir– había ido bajando desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta principios de los años noventa. Luego se alcanzó un punto de inflexión y, en la ultima década y media, la mortalidad ha subido rápidament­e. En 1999 se registraro­n 4.740 muertos por cada 100.000 blancos sin estudios superiores. En 2015 había subido a 6.093, una subida del 28%. Pero el incremento más espectacul­ar (el 42%) se ha dado entre la franja de edad que va de los 40 a los 44 años.

“Nuestra historia va del colap- so de la clase obrera blanca (…) desde sus años dorados en los años setenta y las patologías que han acompañado este declive”, explican Case y Deaton. Tal vez no sea casualidad que esta clase blanca obrera con poca formación académica centrará la atención de Donald Trump en su campaña, sabedor de que podía arañar millones de votos en ese segmento que solía votar al partido demócrata.

Lo que ocurre ahora en Estados Unidos recuerda a lo que pasó en la Unión Soviética y Europa del Este, donde una “epidemia” de alcoholism­o –en todo el proceso del colapso de la URSS– disparó la tasa de mortalidad y provocó un descenso en la tabla de la esperanza de vida.

En el caso de Estados Unidos, los autores del estudio apuntan que la “epidemia” tiene mucho que ver, sin olvidar la factura que pasa el consumo de alcohol y drogas, con la creciente dependenci­a a calmantes derivados del opio, conseguido­s de forma legal y con receta médica. El dolor físico es el principal mal que los estadounid­enses alegan para acceder a esos medicament­os.

Y otro dato relevante. Según el economista de la Universida­d de Princeton Alan Krueger, la mitad de los hombres que se han retirado de la población activa y ha renunciado a buscar empleo dicen sufrir dolor físico constante. Dos terceras partes de estos han conseguido recetas de fármacos como OxyContin, cuya fabricante, Purdue Pharmaceut­ical, ha ingresado 31.000 millones de dólares por la venta de ese potente medicament­o.

EL ESTUDIO REVELADOR Una investigac­ión pone luz a las palabras de Trump: la muerte se ceba con el acomodado UN BUCLE El ciudadano busca opiáceos, los médicos los recetan y el fabricante se enriquece

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Las manifestac­iones de personas que han perdido a familiares por sobredosis de opiáceos son cada vez más frecuentes en EE.UU.
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ALEX WONG / GETTY
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ELAINE THOMPSON / AP Jeringa desechada entre escombros en Everett, Washington

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