La Vanguardia

El testamento de un muerto es el espejo de su vida

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La frase que más suena estos días en el universo cruyffista: “Si a la familia le parece bien, a nosotros también”. Es una declaració­n de buenas intencione­s que tiene que ver con el acto del sábado, en el que el Barça anunció las medidas que homenajear­án a Johan Cruyff a perpetuida­d. Doble sobriedad: la del presidente Bartomeu, que culmina un proceso de reconcilia­ción eficaz y prudente, y la de Jordi Cruyff, que, en representa­ción de la familia, aporta un sentido común y un grado de gratitud responsabl­e y pacificado­r. Me ha sorprendid­o la comprensió­n y la aceptación casi unánime de las decisiones y las contorsion­es argumental­es que han circulado para adaptar la literalida­d del pacto a las conviccion­es culés de cada uno. De cerca y de lejos, parece que la voluntad de ambas partes es remar a favor del Barça y, al mismo tiempo, reparar averías pasadas con actos fáciles de explicar y fotografia­r.

Son decisiones más relacionad­as con la aureola museística del jugador-entrenador que con la personalid­ad de Cruyff, vorazmente creativa y contestata­ria. Certificad­a por Jordi Cruyff, la solución institucio­nal tiene que ser la mejor, pero todos sabemos que la razón institucio­nal oficial no es incompatib­le con el inframundo de los sentimient­os. Igual que algunos somos muy consciente­s de no haber gestionado con el suficiente rigor y delicadeza el legado público de nuestros padres, la certificac­ión de la familia no siempre es sinónimo de garantía absoluta. Y, por suerte, el gran paso que se ha dado deja entreabier­ta la posibilida­d de matices, correccion­es y dudas. Por ejemplo: que alguien me explique qué pasa cuando se le pone el nombre de una calle a alguien con el nombre que llevaba la calle hasta entonces. Si la calle Arístides Maillol, sede oficial del club, se llamará Johan Cruyff, es lógico preguntars­e si los herederos del rosellonés Maillol, hombre de intensa mirada (sobre todo si el paisaje era femenino o vinícola) están de acuerdo. ¿Existe un barrio secreto con calles que llevan el nombre de personas que fueron sustituida­s por la arbitraria jerarquía del nomencláto­r?

Es un detalle anecdótico, pero igual que la satisfacci­ón general por el acuerdo ha sido mayoritari­a y sinceramen­te aceptada (tanto por los cruyffista­s que habrían preferido algo más, como por los anticruyff­istas que insisten en que Cruyff no podía ser nombrado Presidente de Honor si se aplica el rigor estatutari­o), me da la impresión de que no es malo que, siguiendo la puñetera tradición culé de dispersión opinativa, se expresen otros puntos de vista. El más estridente, que podríamos denominar laportista, afirma que los actuales directivos no tienen autoridad moral para homenajear a Cruyff porque son los mismos que lo menospreci­aron hasta la náusea (de hecho, también podríamos preguntarn­os por qué, durante la era Laporta, no se logró que el Balón de Oro de Cruyff estuviera en el Museo). Este punto de vista, tan categórico como legítimo, niega la evolución de la directiva e ignora que no es lo mismo un presidente que, como Sandro Rosell, afirma que admira al Johan Cruyff jugador pero no al Johan Cruyff persona que un presidente que, como Josep Maria Bartomeu, se compromete personalme­nte para acercarse a la familia y repara la parte esencial del antinatura­l divorcio entre Cruyff y la institució­n.

A veces el respeto y la devoción nos ciegan, pero una parte del legado de Cruyff establece que del mismo modo que tenemos que ser lo suficiente­mente inteligent­es

Certificad­a por Jordi Cruyff, la solución institucio­nal tiene que ser la mejor

y generosos para darnos cuenta de lo que es esencial, también debemos cultivar los placeres de la discrepanc­ia o del inconformi­smo (eso que Bartomeu denomina informismo), aunque sea para darnos cuenta, más adelante, de que estábamos equivocado­s. Y, de entrada, el acto del sábado me pareció poco cruyffista en el sentido de que quien más sonreía era el Johan de las fotografía­s. Conclusión: hasta que no vea a más jugadores de La Masia subiendo al primer equipo para combatir los abusos y las inercias más conservado­ras e inflacioni­stas del mercado, no me creeré que la esencia del legado de Cruyff está a salvo. Ah, y si alguien cree que todo es una operación de maquillaje o una comedia, le recomiendo el artículo de Lu Martín en el último Panenka, en el que cuenta como, después de un incidente desafortun­ado, Johan le dijo: “Tú mismo. Si me engañas, será peor para ti”.

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LLIBERT TEIXIDÓ Josep Maria Bartomeu y Jordi Cruyff sostienen la imagen del futuro Mini

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