Una firma para la historia
Theresa May fue a la peluquería, se puso un collar de perlas y cogió su mejor estilográfica para aparecer a las diez de la noche en la sala de reuniones de su residencia del 10 de Downing Street. La fotografía corresponde a un día histórico. De los de verdad, de los que cambian el rumbo de los países. May firmó la desconexión del Reino Unido con Europa, a pesar de que había hecho campaña contra el Brexit. Nadie como ella hizo un discurso tan brillante y a la vez rotundo en defensa de permanecer juntos, concluyendo que el país era más fuerte si seguía en la UE. Pero anteanoche a May sólo le faltó parafrasear a Groucho Marx diciendo que aquellos eran sus principios pero que, como a sus electores no les habían gustado, tenía otros, don’t worry. El poder es como algunos licores, que emborrachan con sólo leer la etiqueta. Así que, cuando David Cameron presentó la dimisión al haber perdido el referéndum, su ministra de Interior dio un paso al frente para sustituirle. Por la noche se leyó de un tirón las memorias de la Dama de Hierro y decidió ser una mujer de acero inoxidable, hasta el punto de apostar por el Brexit duro, que es una manera de decir que, si vamos a estrellarlos, mejor dar un acelerón al coche, así al menos proclamarán que no nos tembló el pulso.
El dúo Cameron-May convocó la consulta para salvarse en el partido ante la irrupción creciente de los euroescépticos y el resultado fue un fiasco. May hizo de la desgracia virtud y aprovechó el vacío de poder para postularse. No le importó echar a la papelera de la historia a su antiguo viceprimer ministro, Michael Heseltine, por haber dudado en la Cámara de los Comunes que fuera una buena idea salir de la UE. La primera ministra ha hecho unos presupuestos expansionistas para que no se vea a las primeras de cambio el desastre del portazo. Pero, a medio plazo, se verá que no sólo firmó la salida de Europa, sino también su suicidio político.