“Quiero mi dinero”
De Gaulle vetó en dos ocasiones el ingreso del Reino Unido: vaticinó que carecía de convicciones europeístas
Churchill lanza en 1946 la idea de una Europa Unida... con Londres de tutor De Gaulle hizo del no a los británicos un asunto personal: iban a restar en lugar de sumar
Los británicos habían ganado la guerra, los franceses también pero menos y los alemanes estaban obligados a borrar su pasado. Winston Churchill ya no era primer ministro, pero retenía su prestigio aquel 19 de septiembre de 1946 cuando en la Universidad de Zurich dijo: “Tenemos que construir una especie de Estados Unidos de Europa. En este urgente trabajo, Francia y Alemania deben tomar juntas el liderazgo”. ¿Y Gran Bretaña, sir? Junto a EE.UU. y la Commonwealth: “Amigos y padrinos de la nueva Europa”, en palabras del líder conservador británico.
Londres miraba a Europa de reojo y con cierto desdén en la posguerra. He aquí un pueblo que nunca fue ocupado –una excepción en Europa–, con un imperio y unas redes comerciales sin parangón –Adam Smith describió el canal de la Mancha como “la puerta del mundo”– y una insularidad interiorizada de la que presumían todos los primeros ministros. ¿La política exterior británica? “Un espléndido aislamiento”, resumió Lord Salisbury en el siglo XIX.
Desde la distancia, Londres observó la firma del tratado de Roma de 1957 con escepticismo sobre los beneficios económicos de la integración de seis estados. Ellos ya tenían, además, su “mercado común”: la Commonwealth, formada por las antiguas colonias, bajo el nexo de la Reina.
La Europa de los Seis, surgida en Roma en 1957, demarra y se beneficia del “milagro alemán” y del crecimiento económico sostenido de Francia, lo que transmite una imagen atractiva de la Comunidad Económica Europea (CEE). El premier laborista Harold McMillan empieza a dudar del futuro de la Commonwealth y pone sus ojos en el ingreso. La solicitud británica es cortada de raíz por el presidente francés Charles De Gaulle que, en 1963, en la cima de su prestigio –es el artífice de la V República–, lanza su primer veto a Londres en una de sus célebres conferencias de prensa: los británicos son el caballo de Troya de los intereses de Estados Unidos, mantienen acuerdos comerciales con sus antiguas colonias incompatibles con la CEE y pondrían en riesgo la Política Agrícola Común (PAC), hecha a la medida de los intereses de Francia.
La imagen de la Europa de los Seis es sexy en los sesenta y se convierte en objeto –irreversible– de las luchas políticas británicas. Ya no se trata de un asunto de política exterior, sino interno.
“El Reino Unido ha contemplado Europa desde un punto de vista transaccional. Por tanto, los británicos nunca se han implicado afectivamente en la UE”, señala Tim Oliver, de la London School of Economics, a Afp.
De Gaulle recurre a un segundo veto en noviembre de 1967, aprovechando la devaluación de la libre esterlina: alega que su economía es incompatible. Esta vez, los socios de Francia protestan, pero De Gaulle amenaza con abandonar la UE. Serán los franceses quienes le abandonan a él en 1968, una luz verde para la aceleración de las negociaciones con los británicos (junto a Irlanda, Dinamarca y Noruega).
En 1970, Londres y París tienen un tándem perfecto para acelerar el ingreso británico: el conservador Edward Heath y el gaullista “liberal” Georges Pompidou.
La causa europea enfrenta a principios de los setenta a conservadores y laboristas en Westminster. La mañana del ingreso del Reino Unido en la UE, el rotativo laborista The Guardian titula a toda página: “Estamos dentro, pero sin fuegos artificiales”. No hay fiestas en las calles porque los trabajadores temen que la pertenencia a Europa sea una ariete para recortar sus derechos y el poder de los sindicatos.
No fue Europa, fue Margaret Thatcher, tibia defensora de la permanencia. Con una mano desmantelaba el sindicalismo y con otra creaba doctrina: “Quiero que nos devuelvan el dinero” (1984). Bruselas les asfixiaba...