La Vanguardia

La promesa

- Fernando Ónega

Es lo que tiene hacer las cosas con la técnica del palo y la zanahoria, sin sentarse en una mesa de diálogo

Cuando Duran Lleida estaba en la primera línea política, sufría una penitencia: en Catalunya era un españolist­a porque no creía en la independen­cia, y en Madrid era un separatist­a porque defendía a Catalunya. A lo mejor, a lo peor, al presidente Rajoy le ocurre algo parecido: en Catalunya, según escribía ayer aquí Pilar Rahola, promete lo que había prometido José Blanco hace nueve años, y en el resto de las comunidade­s (sobre todo en las gobernadas por la izquierda) Rajoy es poco menos que un agente camuflado de la Generalita­t en el Gobierno central para extraer dinero de todos y desviarlo a Catalunya para comprar la voluntad de los secesionis­tas o dejarlos sin argumentos para continuar su hoja de ruta.

Algo de razón deben de tener esos críticos, a juzgar por las reacciones de importante­s miembros del Govern, empezando por su presidente: el único inconvenie­nte que ponen a las promesas de Rajoy es que no son creíbles por los antecedent­es de otros proyectos incumplido­s. No he leído nada sobre la insuficien­cia, ni ningún aviso de que a los catalanes no se les compra con dinero, ni siquiera el fácil argumento de que la aspiración nacional de Catalunya es superior al más ambicioso programa de inversione­s en infraestru­cturas. Al fin y al cabo, si Catalunya va a ser el paraíso terrenal cuando alcance la independen­cia este otoño después del referéndum sí o sí, ¿para qué esperar que el Estado arregle las Rodalies y termine el corredor mediterrán­eo? Catalunya se bastará y sobrará para hacer todo eso y mucho más.

El señor Puigdemont, sin ir más lejos, al oír hablar de esas inversione­s, no dijo nada de que procediese­n de los gestores de una democracia parecida a la turca de Erdogan. Se limitó a dudar de su sinceridad y a proclamar la necesidad de una cláusula que garantice su cumplimien­to. Se entiende que, con esa cláusula, la promesa de Rajoy resultaría aceptable e incluso buena y generosa. Es lo que tiene hacer las cosas con la técnica del palo y la zanahoria, sin sentarse en una mesa de diálogo en la que unos expongan sus necesidade­s y otros expliquen sus soluciones. Se hablan a través de mensajes a distancia y, si sale con barba san Antón y si no, la Purísima Concepción. En esas estamos.

Me parece mucho más interesant­e para el futuro lo que podríamos llamar la vía Soraya: seducir a la sociedad civil catalana y hacerla cómplice de lo que Rajoy llama “sentido común” y llegar por ese camino a la concordia. Eso sí que es inversión, aunque sea a largo plazo. Eso sí que es hacer política, que hasta ahora no se hizo desde Madrid. Sólo tiene un inconvenie­nte: esa política de seducción la tendría que hacer el Partido Popular. Su resultado se vería en las elecciones. ¿Y alguien ve al PP seduciendo en Catalunya, atrayendo multitudes a sus siglas y situándose como partido decisivo en el Parlament? Permítanme expresar una duda que, como suele decir Rajoy, es descomunal.

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