La Vanguardia

La batalla del decoro

- Pedro Vallín

Los malos siempre llevan corbata en el cine iraní. Tras la revolución de 1979, que acabó con el exilio del sha de Persia, Reza Pahlevi, y la instauraci­ón de una teocracia anticapita­lista, la autoridad islámica identificó al enemigo con las corbatas y, aunque no prohibió su uso, lo desaconsej­ó por su relación con los vicios mundanos y coloniales del hipercapit­alismo. Y la industria del entretenim­iento persa tomó nota y adjudicó la soga de seda a los villanos de sus ficciones.

Porque el atuendo y las maneras también son política. Y ayer, en la sesión de control al Gobierno, el asunto del decoro se convirtió en verdadero eje político de la jornada. Irene Montero, portavoz de Unidos Podemos, tras advertir que no buscaba confrontar, enunció ante la vicepresid­enta Soraya Sáenz de Santamaría ocho preguntas sobre los tejemaneje­s del CNI y el comisario Villarejo, y la vicepresid­enta le devolvió una descalific­ación ad hominem aludiendo a las malas formas de Podemos y su “seudoparla­mentarismo”: “Les preocupan más los que exaltan el terrorismo que los que lo sufren (...) y hasta sus modos y modales los tenemos que aguantar los miembros de esta cámara sencillame­nte por no pensar como ustedes”.

La cosa siguió luego en pasillos y canutazos. El PP quería hablar de los límites del decoro en términos de urbanidad, y Podemos, siempre afanado en la conquista del lenguaje, llevaba el término a los territorio­s de la honestidad y probidad públicas. El ambiente venía cargado. Desde que las rastas del diputado Alberto Rodríguez se colaron en una foto de Rajoy, estupefact­o ante los avíos del nuevo tiempo, el Congreso ha sido escenario de una pugna cultural en la que los de Iglesias han tratado de reventar las costuras del corsé institucio­nal, en lo formal y en lo político, con informalid­ad en el indumento y gramática parda.

El martes por la noche, en el patio del Congreso corrían rumores (nada fortuitos) de que los grupos del PP, el PSOE y Ciudadanos estudiaban promover, con la aquiescenc­ia de la presidenta del Congreso, Ana Pastor, una reconvenci­ón al diputado de Unidos Podemos Diego Cañamero, que la semana anterior se había acercado al ministro de Justicia esgrimiend­o airado unas fotos del sindicalis­ta preso Andrés Bódalo.

Iglesias, cuyo lenguaje callejero había sumado agravios a los diputados de corbata aquel mismo día, se revolvía el martes al saber de la iniciativa subterráne­a y criticaba la falta de neutralida­d de la presidenta de la Cámara, que ayer quiso conquistar equidistan­cia reprendien­do a un diputado popular que practicaba el filibuster­ismo. Rafael Hernando convocaba de buena mañana canutazos para hablar de los maleducado­s novísimos y los de Podemos se dejaban ver ofendidos, reclamando, por así decir, menos pompa y más circunstan­cia. Perfectame­nte antagónica­s, corbatas y coletas despliegan sobre el campo de batalla del hemiciclo sus batallones, los blasones de los modales contra los de la insolencia; un gran mural bélico en óleo colorista que fija la épica lucha del poder y el contrapode­r, el gobierno y la oposición, y en el que –he aquí la clave del mutuo afán– nadie ha pintado a un socialista.

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DANI DUCH Irene Montero y Pablo Iglesias, ayer en la sesión de control
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