La Vanguardia

“Quería ser feliz”

Dos alumnos del Seminari Major de Barcelona y un sacerdote recién ordenado explican el porqué de su opción

- JOSEP PLAYÀ MASET Barcelona

Tenía cinco años y en la escuela me preguntaro­n qué quería ser de mayor. ‘Sacerdote’, respondí. Y este deseo me persiguió toda mi juventud. Pero acabé estudiando Empresaria­les. Fue en un camino de Santiago cuando volví a plantearme por qué no volver a esa idea de la infancia, que es lo que me llenaba realmente. Y con 23 años entré en el seminario, hice lo que no está de moda”. Lo explica Alberto Moreno-Palancas, 29 años, nacido en Badalona, que acaba de ser ordenado junto a otros tres sacerdotes en la Sagrada Família.

Nos encontramo­s en el Seminari Major de Barcelona y nos acompaña también Carlos Bosch Falgueras (23 años, 4.º curso del seminario, donde entró tras un curso de Ingeniería Industrial y dos de Filosofía, carrera que continúa) y Jordi Domènech Llauradó (28 años, que está en 3.º y entró en el seminario tras acabar Ingeniería Industrial). Los tres son de familia cristiana, pero les costó decidirse. La adolescenc­ia, la revolución hormonal, las ganas de descubrir mundo, divertirse, chocan con la idea de entrar en el seminario. “Los estudios me iban bien, pero la vida en sí, no –explica Carlos Bosch–. No me atrevía a mirar de cara al Señor. Incluso llegué a plantearle un pacto de no agresión: haría la carrera, el máster, y... pero de pronto me dije: ¿por qué esperar diez años a ser feliz?”. Un caso similar vivió Jordi Domènech. “Dios te llama a una vida completa. Y en aquellos momentos era como una molestia. Me decía que tendría hijos y llevaría una vida cristiana. Incluso tuve novia. Pero entendí que para ser plenamente feliz debía entregarme al sacerdocio”.

Este seminario mayor llegó a tener 250 seminarist­as, ahora son 34. ¿Por qué hay esa crisis? “Más que crisis de vocaciones, diría que es una crisis de fe. La fe es una respuesta de amor, que pide que te entregues, y el mundo en el que vivimos lo último que quiere es el esfuerzo, estamos en una sociedad hedonista. Y mirarse el ombligo es incompatib­le con la fe” (C.B.). “Es difícil que el mensaje del evangelio entre en una sociedad tan consumista, hay unos prejuicios que hacen difícil el diálogo con el mundo” (A.M.-P.). “La Iglesia exige mucho y quienes no tienen fe no lo entienden. Por ejemplo, no tener relaciones sexuales hasta el matrimonio es difícil de entender para quien no tiene una relación con Cristo, para ellos es un acto de represión, mientras que para los que creen es un acto de amor” (J.D.).

¿Es un problema de la sociedad seculariza­da o es que la Iglesia no sabe comunicar? “No creo que sea tanto una cuestión de imagen como de corazón. Y reconozco que la Iglesia no es la mejor empresa comunicado­ra. Quizás el problema

Carlos Bosch: “Las parroquias no son supermerca­dos dispensado­res de sacramento­s”

es que demasiado a menudo se transmite el NO. No a que los sacerdotes se puedan casar, no a que las mujeres puedan ejercer, no a... y se hace más ruido que con el SÍ. Por eso, el papa Francisco quiere marcar un sí rotundo al amor, a los otros, a las periferias” (C.B.).

El rector del Seminari Conciliar de Barcelona, Josep M. Turull, reconoce que el secularism­o se ha extendido por Europa Occidental como un virus y se busca el antídoto y la vacuna. “Hay que poner énfasis en la evangeliza­ción, dar a conocer a Cristo de manera más efectiva. Si hay más creyentes, habrá más vocaciones” (A.M.-P.). “No creo que sea tanto una cuestión de llenar seminarios como de dar a conocer a Jesús empezando desde las parroquias” (J.D.). “El Papa ha insistido en la nueva evangeliza­ción porque hay mucha gente que no ha oído hablar de Dios” (C.B.).

Hace unos días, asistieron a una charla en el Ateneu Sant Pacià del sacerdote James Mallon. Habló de la necesidad de que los sacerdotes sean líderes de su comunidad y ello exige capacidad de oratoria, dotes de comunicado­r. “Tenemos la palabra de Dios y por eso mismo el mensaje es muy potente, pero no todo es el lenguaje verbal. Está la fuerza de los actos” (A.M.-P.). “Se dice que la misa es aburrida y es cierto que hay que buscar fórmulas para llegar a la gente, pero sin olvidar que la liturgia está pensada para los que ya creen” (J.D.). “Las parroquias no son supermerca­dos dispensado­res de sacramento­s, hoy te doy la comunión y ya volverás cuando te cases; deben ser verdaderas familias. Donde hay amor no hay aburrimien­to y la misa es para los que creen” (C.B.). Dicho esto, los tres coinciden en la importanci­a de saber comunicar, y más en una sociedad tan competitiv­a. Y en la necesidad de una formación permanente, “aunque siete años en el seminario puedan parecer mucho”.

Entrar en el seminario significa vivir interno de lunes a viernes, aunque los fines de semana y las vacaciones pueden salir, estar con la familia y “empezar las prácticas” en una parroquia. No viven aislados del mundo, tienen ordenador, móvil, están conectados por watsap, leen los diarios. Y no rehúyen las preguntas. ¿Mujeres sacerdotes? “Es un tema recurrente y digo lo mismo que la Iglesia: Jesús se rodeó de doce apóstoles” (J.D.). “El problema es que trasladamo­s clichés. El sacerdocio es un hecho sacramenta­l, la persona se consagra en la persona de Cristo, también en su masculinid­ad” (A.M.-P.). “Se entiende como una discrimina­ción hacia las mujeres y no es así, el sacerdocio no es un derecho, es una llamada y una respuesta a Dios” (J.C.).

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LLIBERT TEIXIDÓ Carlos Bosch, Alberto Moreno y Jordi Domènech

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