La Vanguardia

En honor de Himmler

- PÉREZ DE ROZAS / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

Heinrich Himmler, quien ya era tenido por un reconocido carnicero insaciable, fue conducido en caravana de coches hasta el Pueblo Español de Montjuïc.

Ante la puerta principal estaba formada una centuria de la Falange con bandera y banda de trompetas y tambores, que le rindió honores.

El jerarca nazi, que iba acompañado por el capitán general Luis Orgaz y el gobernador civil Wenceslao González Oliveros, les pasó la obligada revista. Y acto seguido entraron por la evocación de la muralla abulense, para dirigirse a la gran Plaza Mayor.

Allí fue interpreta­do el himno alemán, que fue cantado por la muchedumbr­e que había sido conducida hasta allí, para que aquel enorme espacio apareciera atestado.

Himmler fue saludado por el alcalde accidental, Carlos Trías, y por las demás autoridade­s. Acto seguido los mandamases subieron a la tribuna, convenient­emente elevada, según aconseja la escenograf­ía en estas circunstan­cias. Y desde allí presenciar­on los actos que habían programado en honor del visitante.

Todo consistió en una exhibición folklórica de la sección femenina: cantos y bailes. El espectácul­o fue más bien breve, habida cuenta la densa jornada que le aguardaba.

El policía supremo de aquel Reich, que se prometía durar mil años y no llegó siquiera a cumplir cinco más, había aterrizado en avión privado en el aeropuerto de El Prat al mediodía. Era el 23 de octubre de 1940. Le acompañaba un séquito nada ceremonial ni diplomátic­o, pero muy cualificad­o y profesiona­l. Habían acudido a recibirle el capitán general Luis Orgaz y el gobernador civil Wenceslao González Oliveros.

Sin tiempo que perder, la comitiva enfiló la carretera que conducía a Barcelona, en la que a la altura de El Prat de Llobregat le habían levantado un arco triunfal de laurel.

Cumpliment­ado el acto ya descrito del Pueblo Español, enfilaron hacia el hotel Ritz. Allí le aguardaba plantada una compañía del Ejército, que le rindió honores. La multitud que aclamaba al jerarca nazi le obligó a salir para saludarla, gesto que realizó desde el balcón de la primera planta.

Tras un almuerzo frugal y rápido, a las 15.30 rindió visita a Montserrat, cita anhelada.

A su regreso, asistió a una recepción en la residencia del cónsul Jaeger. Pasó de nuevo por el Ritz, para vestir el uniforme de gala y presidir la cena que en su honor le ofreció en el Saló de Cròniques el alcalde la ciudad, Miguel Mateu. A las 3 de madrugada tuvo la ocurrencia de querer visitar la checa de Vallmajor. Se mostraba incansable; hoy podemos sospechar que él también consumía estimulant­es.

A las 10.30 de la mañana siguiente marchaba a Berlín. Había dejado montada una célula de espionaje de la Gestapo y depositado en secreto un caudal enorme de dinero, que no fue utilizado hasta finales de los años sesenta.

En el Pueblo Español la sección femenina le ofreció cantos y bailes

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Himmler, entre el gobernador González Oliveros y los generales Sagardía y Orgaz

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