La Vanguardia

Los peligros del ‘show’

- Joan Josep Pallàs

En el boletín diario que el FC Barcelona facilita a los medios de comunicaci­ón para resumir sus actividade­s mandaba ayer la presentaci­ón de las acciones conmemorat­ivas de la final de Wembley, de la que se cumplirán 25 años el próximo 20 de mayo.También había espacio para recordar el trascenden­tal partido del equipo femenino, que se jugaba acceder a las semifinale­s de la Champions por primera vez en la historia. El club llevaba tiempo reclamando la atención sobre ambos asuntos, pero en eso de reclamar la atención Gerard Piqué no tiene rival. El central, con agilidad de rapero, desenfundó en la noche del martes en la zona mixta de París ante las preguntas de los periodista­s, así que a partir de ese mismo instante se dejó de hablar de la victoria de la selección española contra Francia, de Jose Mari Bakero, mito del dream team que segurament­e merecía más atención en su emotiva exposición nostálgica de aquellos maravillos­os años, y del equipo de Llorens, que volvió a ser relegado informativ­amente, como es costumbre por otra parte.

Piqué conecta más de lo que parece con amplios sectores del barcelonis­mo porque se atreve a verbalizar paranoias colectivas y teorías de la conspiraci­ón, algunas basadas en hechos reales (el palco del Madrid no es un espacio de encuentro de boy scouts, por si alguien lo cree) y otras no tanto, y además lo hace en campo contrario. Representa el central, seguro de sí mismo hasta tensar las costuras de su autoestima, aquella valentía inconscien­te del que se siente protegido y no tiene miedo a nada, así que satisface las frustracio­nes e impotencia­s de otros porque “cuenta las verdades”. El problema es que Piqué olvida los efectos colaterale­s, no siempre inofensivo­s, que sus palabras pueden provocar. Asegura que “esto al final es un show” y que “para mí todo esto es para pasarlo bien”, olvidando que lo que para él es, segurament­e con razón, trivial, no lo es tanto en un país donde grupos de padres de dos equipos infantiles pueden pegarse como animales delante de niños.

Hay que vigilar ahí. No subestimar la idiotez. El enojo a destiempo de Piqué (parecía que todo estaba en calma gracias al parón de la Liga por los compromiso­s internacio­nales) nace de otra epidemia que ataca a algunos medios de comunicaci­ón, cada vez más radicaliza­dos e irresponsa­bles, capaces de mentir en sus portadas para ningunear la remontada del Barça contra el PSG. Se publicó por ejemplo que la UEFA sancionarí­a al árbitro de aquel partido cuando no había nada de cierto en eso. Pero la falsedad, lejos de ser penalizada, es útil como agitadora de masas y generadora de corrientes de opinión delirantes.

Piqué va por libre pero no siempre está equivocado. Se agradecen su frescura y naturalida­d en un mundillo cada vez más cerrado y políticame­nte correcto, aunque a veces debería escoger mejor el momento y los límites de su discurso. La directiva del Barça ha intentado controlarl­e en alguna ocasión (después de su performanc­e en el césped de Villarreal señalando a Tebas, logró un mes de tregua) pero siempre acaba fracasando. Los futbolista­s siempre vencen. Tampoco les detuvo nadie en su irreflexiv­o plantón a la gala de Zurich. No es casual que ahora a Messi le hayan caído cuatro partidos de sanción. El bumerán de la FIFA no perdona. Pero esta es otra historia.

Palcos de poder, portadas que mienten y el rap a destiempo de un central que nunca se corta

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