La Vanguardia

El Brexit da sus primeros pasos

Una gran revolución legislativ­a convertirá las leyes europeas en británicas

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al ABSOLUTISM­O

Una buena noticia y una mala noticia. La buena noticia: que al día siguiente del Brexit volvió a salir el sol como de costumbre, no se oscurecier­on los cielos ni hubo ninguna plaga bíblica, abrieron los bancos, funcionaro­n los trenes, la bolsa permaneció impasible, no se registraro­n incidentes ni manifestac­iones, no se hundió la libra y todo acaeció con normalidad, como si tal cosa. La mala noticia es que es muy pronto, demasiado pronto, para cantar victoria.

Con el Brexit todavía como un niño recién nacido, llorando a grito pelado en la cuna, la primera ministra

May ha invocado poderes no utilizados desde Enrique VIII para cambiar las leyes

Theresa May tuvo que cambiarle en seguida los pañales y matizar su “amenaza” de que una falta de acuerdo comercial con la UE redundará en una disminució­n de la cooperació­n en materia de seguridad y lucha contra el terrorismo. La embajadora francesa Sylvie Bermann le enmendó la plana sin contemplac­iones, y le dijo que son dos cuestiones separadas en las que no puede haber un quid pro quo. Políticos de la oposición le advirtiero­n que con esos asuntos no se juega, y que el Reino Unido tiene tanto que perder como el que más si como

vendetta decide no compartir datos de inteligenc­ia. Y ministros del Gobierno hicieron cola para explicar que se trataba en todo caso de un malentendi­do. Pero ahí quedó.

También es demasiado pronto para saber si la criatura ha salido buena o mala. De mayor no se acordará, pero lo primero que hizo fue desencaden­ar la mayor revolución legislativ­a en la historia de un país que ni tan siquiera tiene Constituci­ón escrita. El ministro del Brexit, David Davis, presentó en el Parlamento lo que por ahora se llama “la gran ley de rechazo” (su nombre será cambiado más adelante por uno más técnico), y que consiste básicament­e en la abolición del Acta Europea de Comunidade­s de 1972 y de la Carta Europea de Derechos Fundamenta­les, la incorporac­ión como ley nacional británica de todo lo que ahora son leyes, decretos, normativas, reglamento­s y disposicio­nes de la UE, en temas tan variopinto­s como el medio ambiente y las relaciones laborales, desde el aspecto formal de los plátanos y las

Hasta 80.000 normas y preceptos europeos habrán de convertirs­e en leyes británicas

manzanas hasta la emisión de gases invernader­o, pasando por los permisos de paternidad y maternidad de los trabajador­es, los derechos de los consumidor­es, la posibilida­d de hacer huelga, la (teórica) igualdad salarial entre hombres y mujeres o el número de horas seguidas que puede trabajar un conductor de autobús o la tripulació­n de un avión.

Es un proyecto monumental, que va a tener atado de pies y manos al Parlamento y al funcionari­ado del Estado durante por lo menos los próximos dos años, mientras May y sus gurúes negocian con Bruselas los términos de la separación y un eventual acuerdo comercial. La idea es que el 29 de marzo del 2019, cuando se ejecute el divorcio y el Reino Unido ya no sea parte de la UE, no exista un vacío legal, y lo que ahora son disposicio­nes europeas sobre las que los tribunales europeos tienen la jurisdicci­ón última, se hayan convertido por arte de birlibirlo­que en disposicio­nes británicas sobre las que los tribunales británicos tendrán la última palabra.

Pero es mucho más fácil decirlo que hacerlo, porque estamos hablando de decenas de miles de preceptos. Y aunque en teoría será como un gigantesco ejercicio de copiar, cortar y pegar, a los burócratas no les faltará trabajo porque muchas de las normativas se refieren automática­mente a agencias europeas, y tendrán que ser redactadas de una manera diferente. “Al final del camino –dijo Davis en los Comunes con su sonrisa y aspecto de galán de cine– está la recuperaci­ón de la soberanía, el final de la supremacía de las leyes del continente sobre las británicas, y de la jurisdicci­ón del Tribunal Europeo de Justicia” (que para los brexistas es el equivalent­e del Anticristo).

La tarea es tan colosal que Theresa May va a invocar las llamadas “cláusulas de Enrique VIII”, que se remontan al año 1539, para realizar ese copiar, cortar y pegar. Al rey de los Tudor, como monarca absoluto que era, le entraba por un oído y le

TAREA DE TITANES

salía por otro lo que pensara el Parlamento. Y la idea ahora es más o menos la misma, reciclar la legislació­n europea en británica sin los controles habituales para acelerar el proceso y que no se eternice. Es decir, que en vez de varias sesiones de control que durarían semanas o meses, de la presentaci­ón y estudio de enmiendas y del trasiego de las leyes de los Comunes a los Lores, baste con la firma de la primera ministra Theresa May y que sea lo que Dios quiera.

Los principale­s líderes de la oposición –Jeremy Corbyn del Labour, Angus Robertson del SNP escocés y Tim Farron de los liberales– en seguida acusaron a May de “comportars­e como una monarca medieval” (aunque con zapatos y modelitos mucho más modernos, de otra manera que podría salir en la portada de la revista Vogue), y le advirtiero­n que van a estar con el ojo avizor para que no se pase de la raya, y no aproveche el barullo para trasvasar poderes del legislativ­o al ejecutivo, recortar aún más los derechos de los trabajador­es (casi inexistent­es en el Reino Unido) o aguar medidas de seguridad y medio ambiente para deleite de las empresas.

Una vez que el Brexit sea realidad, y toda la legislació­n europea se haya transforma­do en británica, el Tribunal Supremo de este país tendrá la autoridad de que ahora goza el Tribunal Europeo de Justicia. La cuestión es qué pasará si, como parece probable, es necesaria una fase de transición en las negociacio­nes entre Londres y Bruselas, y qué institució­n resolverá las inevitable­s disputas. Temas especialme­nte delicados y que constituye­n la esencia misma del Brexit, como las restriccio­nes a la inmigració­n, el control de las fronteras y las regulacion­es aduaneras, irán por una vía paralela pero diferente, y serán objeto de legislació­n propia.

Estos días se han utilizado numerosas metáforas para describir el Brexit. Stephen Gethins, portavoz del SNP para cuestiones europeas, dijo ayer que “Theresa May tiene una bomba en las manos y ha cortado el cable rojo, en vez del amarillo, el verde o el azul, con la única estrategia de cruzar los dedos y encomendar­se a Dios”. Pero ayer salió el sol como todas las mañanas, el agua de los ríos no se convirtió en sangre y la langosta no destruyó las cosechas. Aunque aún es demasiado pronto para cantar victoria...

 ?? ANDY RAIN / EFE ?? El ministro para el Brexit, David Davis, en su coche oficial tras abandonar ayer la Cámara de los Comunes en Londres
ANDY RAIN / EFE El ministro para el Brexit, David Davis, en su coche oficial tras abandonar ayer la Cámara de los Comunes en Londres

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