El Brexit da sus primeros pasos
Una gran revolución legislativa convertirá las leyes europeas en británicas
Una buena noticia y una mala noticia. La buena noticia: que al día siguiente del Brexit volvió a salir el sol como de costumbre, no se oscurecieron los cielos ni hubo ninguna plaga bíblica, abrieron los bancos, funcionaron los trenes, la bolsa permaneció impasible, no se registraron incidentes ni manifestaciones, no se hundió la libra y todo acaeció con normalidad, como si tal cosa. La mala noticia es que es muy pronto, demasiado pronto, para cantar victoria.
Con el Brexit todavía como un niño recién nacido, llorando a grito pelado en la cuna, la primera ministra
May ha invocado poderes no utilizados desde Enrique VIII para cambiar las leyes
Theresa May tuvo que cambiarle en seguida los pañales y matizar su “amenaza” de que una falta de acuerdo comercial con la UE redundará en una disminución de la cooperación en materia de seguridad y lucha contra el terrorismo. La embajadora francesa Sylvie Bermann le enmendó la plana sin contemplaciones, y le dijo que son dos cuestiones separadas en las que no puede haber un quid pro quo. Políticos de la oposición le advirtieron que con esos asuntos no se juega, y que el Reino Unido tiene tanto que perder como el que más si como
vendetta decide no compartir datos de inteligencia. Y ministros del Gobierno hicieron cola para explicar que se trataba en todo caso de un malentendido. Pero ahí quedó.
También es demasiado pronto para saber si la criatura ha salido buena o mala. De mayor no se acordará, pero lo primero que hizo fue desencadenar la mayor revolución legislativa en la historia de un país que ni tan siquiera tiene Constitución escrita. El ministro del Brexit, David Davis, presentó en el Parlamento lo que por ahora se llama “la gran ley de rechazo” (su nombre será cambiado más adelante por uno más técnico), y que consiste básicamente en la abolición del Acta Europea de Comunidades de 1972 y de la Carta Europea de Derechos Fundamentales, la incorporación como ley nacional británica de todo lo que ahora son leyes, decretos, normativas, reglamentos y disposiciones de la UE, en temas tan variopintos como el medio ambiente y las relaciones laborales, desde el aspecto formal de los plátanos y las
Hasta 80.000 normas y preceptos europeos habrán de convertirse en leyes británicas
manzanas hasta la emisión de gases invernadero, pasando por los permisos de paternidad y maternidad de los trabajadores, los derechos de los consumidores, la posibilidad de hacer huelga, la (teórica) igualdad salarial entre hombres y mujeres o el número de horas seguidas que puede trabajar un conductor de autobús o la tripulación de un avión.
Es un proyecto monumental, que va a tener atado de pies y manos al Parlamento y al funcionariado del Estado durante por lo menos los próximos dos años, mientras May y sus gurúes negocian con Bruselas los términos de la separación y un eventual acuerdo comercial. La idea es que el 29 de marzo del 2019, cuando se ejecute el divorcio y el Reino Unido ya no sea parte de la UE, no exista un vacío legal, y lo que ahora son disposiciones europeas sobre las que los tribunales europeos tienen la jurisdicción última, se hayan convertido por arte de birlibirloque en disposiciones británicas sobre las que los tribunales británicos tendrán la última palabra.
Pero es mucho más fácil decirlo que hacerlo, porque estamos hablando de decenas de miles de preceptos. Y aunque en teoría será como un gigantesco ejercicio de copiar, cortar y pegar, a los burócratas no les faltará trabajo porque muchas de las normativas se refieren automáticamente a agencias europeas, y tendrán que ser redactadas de una manera diferente. “Al final del camino –dijo Davis en los Comunes con su sonrisa y aspecto de galán de cine– está la recuperación de la soberanía, el final de la supremacía de las leyes del continente sobre las británicas, y de la jurisdicción del Tribunal Europeo de Justicia” (que para los brexistas es el equivalente del Anticristo).
La tarea es tan colosal que Theresa May va a invocar las llamadas “cláusulas de Enrique VIII”, que se remontan al año 1539, para realizar ese copiar, cortar y pegar. Al rey de los Tudor, como monarca absoluto que era, le entraba por un oído y le
TAREA DE TITANES
salía por otro lo que pensara el Parlamento. Y la idea ahora es más o menos la misma, reciclar la legislación europea en británica sin los controles habituales para acelerar el proceso y que no se eternice. Es decir, que en vez de varias sesiones de control que durarían semanas o meses, de la presentación y estudio de enmiendas y del trasiego de las leyes de los Comunes a los Lores, baste con la firma de la primera ministra Theresa May y que sea lo que Dios quiera.
Los principales líderes de la oposición –Jeremy Corbyn del Labour, Angus Robertson del SNP escocés y Tim Farron de los liberales– en seguida acusaron a May de “comportarse como una monarca medieval” (aunque con zapatos y modelitos mucho más modernos, de otra manera que podría salir en la portada de la revista Vogue), y le advirtieron que van a estar con el ojo avizor para que no se pase de la raya, y no aproveche el barullo para trasvasar poderes del legislativo al ejecutivo, recortar aún más los derechos de los trabajadores (casi inexistentes en el Reino Unido) o aguar medidas de seguridad y medio ambiente para deleite de las empresas.
Una vez que el Brexit sea realidad, y toda la legislación europea se haya transformado en británica, el Tribunal Supremo de este país tendrá la autoridad de que ahora goza el Tribunal Europeo de Justicia. La cuestión es qué pasará si, como parece probable, es necesaria una fase de transición en las negociaciones entre Londres y Bruselas, y qué institución resolverá las inevitables disputas. Temas especialmente delicados y que constituyen la esencia misma del Brexit, como las restricciones a la inmigración, el control de las fronteras y las regulaciones aduaneras, irán por una vía paralela pero diferente, y serán objeto de legislación propia.
Estos días se han utilizado numerosas metáforas para describir el Brexit. Stephen Gethins, portavoz del SNP para cuestiones europeas, dijo ayer que “Theresa May tiene una bomba en las manos y ha cortado el cable rojo, en vez del amarillo, el verde o el azul, con la única estrategia de cruzar los dedos y encomendarse a Dios”. Pero ayer salió el sol como todas las mañanas, el agua de los ríos no se convirtió en sangre y la langosta no destruyó las cosechas. Aunque aún es demasiado pronto para cantar victoria...