La rabia del éxito (ajeno)
El mundo editorial tiene su jerarquía y la colección Folio, hija de Gallimard, es el equivalente a actuar en el Olympia para un cantautor. Pues bien: Milena Busquets acaba de sumarse al catálogo de Folio con el dorsal 6.291 y el libro Ça aussi, ça passera .Y digo libro porque, a causa del éxito, Busquets ha tenido que someterse a la escrupulosidad de los que reparten certificados de autenticidad novelística. La indefinición, sin embargo, acaba resultando más cómoda porque nos retrotrae a la condición de perro callejero; todos sabemos de qué hablamos cuando hablamos de un libro y al de Busquets se le ha concedido el privilegio de un éxito que sacia tanto las expectativas de quienes lo devoran como el retintín quisquilloso de los que sólo aspiran a poder pronunciar uno de nuestros más ancestrales diagnósticos: “No hay para tanto”. Eso no impedirá que el libro tenga vida propia. Ni que, pasen o no las acusaciones de pertenecer al género del costumbrismo pijo cadaquesense, ella luzca, como medalla del azar, el honor de pertenecer a la Folio. Tampoco impedirá que siga practicando una perplejidad despistada y falsamente frívola y, al mismo tiempo, no pierda la capacidad de indignarse y enamorarse aparatosamente, a menudo por las mismas razones. Ni que cada semana escriba una columna invertebrada donde afirma y despotrica con una libertad tan temeraria que recuerda la de la Françoise Sagan cronista y que huye de la tabarra del nuevo feminismo cosmopolita.
No la conozco demasiado, pero hace meses que nos vamos encontrando por el barrio. De breve conversación en breve conversación me pongo al día del éxito de su libro. De cómo la obliga a viajar, a sufrir insomnios en hoteles de lujo, a preguntarse por qué demonios siempre le piden que se descalce o que tome una copa de vino blanco en las fotos, a someterse al vértigo de las mismas preguntas sobre si ya está preparando un segundo libro (¡este es el segundo, zopencos!) o a atender la temblorosa emoción de los lectores que han encontrado en También esto pasará el pretexto para cambiar de vida, de marido o de peinado. Me la suelo encontrar por la mañana y siempre pone cara de haber caído en una marmita de perplejidad y vivacidad, y hace algo muy curioso: responde preguntas que aún no le he formulado pero que estaba a punto de hacerle, como si acertara una ruleta paranormal. Y mientras nos vamos encontrando casualmente y, en charlas de un minuto, comentamos sus idas y venidas o cómo su hijo se deshace del Barça para hacerse del Atlético y luego volver al Barça (o sea: de la arbitraria fragilidad de la fidelidad y de la volátil existencia de los hijos), fingimos que no sabemos que en ese mismo momento hay quienes digieren el éxito de Busquets como una maldición. Como la prueba irrefutable de que el talento está mal repartido y que en vez de publicarlos a ellos en Folio, en vez de comprarles a ellos los derechos de novelas –estas sí– qué aún no han escrito para una película moderadamente argentina, se empeñan en premiar –¿qué tendrá ella que no tenga yo?– el talento de Milena Busquets.
Busquets ha tenido que someterse a la escrupulosidad de los que reparten certificados de autenticidad