No puede ser Fernando
Hay pocas cosas más indigestas que descubrir que te han confundido sistemáticamente, durante años y quizá para siempre, con alguien con quien compartes idéntico nombre y apellido. Más cuando indagas y confirmas que la causante del error es de tu misma quinta, que también es casi rubia, un poco miope y de ojos claros, que como tú es madre de dos hijos, y que, para colmo, vive a sólo dos manzanas de tu casa. Pero con el tiempo te acostumbras. No hay más remedio.
A la cuarta o quinta vez que recibí una llamada (¿de dónde sacarán mi móvil?) porque me habían confundido con esa otra Margarita, la de esa inmobiliaria que, insisto, ¡no es mía!, pidiéndome detalles de un piso, decidí dar un giro positivo al asunto. Ahora me lo tomo como una vía de escape. Como una minisesión de mindfulness (lo que definen como conciencia plena en el aquí y ahora entregándote a una plácida desconexión de tu propia realidad) que yo resuelvo detallando a los interlocutores que llaman al teléfono equivocado las gracias e inconvenientes de los inmuebles que salen en la web de mi tocaya.
Sospecho que algo parecido está pasando con Fernando Alonso. Alguien, puede que también que con su mismo nombre y apellido, tiene que haberle suplantado. Si no, ¿cómo se explica que este señor que aparece tras sus gafas esponsorizadas y las terribles gorras de visera rapera sea el mismo Fernando Alonso que dejó de ser campeón del mundo hace diez años? ¿Cómo puede seguir sonriendo con tan pocos motivos? Tampoco me cuadra que el talentoso, cerebral y eficiente soltero que hizo historia con Renault sea el mismo que pasea carantoñas y novias distintas en sus redes sociales. Y en portadas de revistas para nada deportivas...
Lo único bueno que tiene toda esta historia, sea o no este Fernando Alonso el auténtico o un tocayo muy parecido, es que muchos hemos vuelto a conectar con la fórmula 1. Más allá del lío por sus negociaciones secretas con Williams y por su sueldo en McLaren (37.742.680 euros, según la revista The Drive), hay poca oferta dominguera más motivadora que las carreras del asturiano. Como Linda Morselli, miss Italia en el 2006 y ex de Valentino Rossi, con quien sale ahora el piloto que tenía que convertirse en el Ayrton Senna del siglo XXI, yo sólo tengo ojos para él. Ni Sebastian Vettel ni Lewis Hamilton. No me interesa nadie. Ni siquiera Carlos Sainz. Tampoco me motiva la pugna entre Williams, Force India, Haas y Toro Rosso. Mi único interés es saber en qué vuelta abandonará Alonso y debo reconocer que este domingo tuve mi recompensa con su actuación en Albert Park. Hacía mucho tiempo que ni el piloto ni yo llegábamos hasta la 54.
Como Linda Morselli, la ex de Valentino Rossi, yo sólo tengo ojos para el piloto que tenía que ser el Senna del siglo XXI