La Vanguardia

En el crepúsculo

- Josep Oliver Alonso

A sus 60 años, la UE regresa al pasado: pierde Bruselas, gana el eje Berlín-París

El pasado fin de semana, la UE alcanzó los 60 años. Una edad que comienza a ser, si no provecta, sí avanzada, porque los proyectos colectivos también presentan arrugas y grietas. Que se manifiesta­n en forma de Brexit, populismos, crisis de refugiados, auge del autoritari­smo en el Este, creciente presencia rusa y desencanto de amplias mayorías. Por ello, la celebració­n tiene cierto aire crepuscula­r. Recuerda a las fotos familiares que, vistas unos años más tarde, agolpan amargos recuerdos al evidenciar cuántos de aquellos mayores nos han abandonado ya. En este aniversari­o resuenan de nuevo las voces de Alemania y Francia. Reclaman otro impulso para la UE, de naturaleza distinta a la extensión al Este. Una insólita ampliación, espoleada tanto por el deseo británico de transforma­r la UE en un gran mercado común como por el de EE.UU. de agrandar las fronteras de la OTAN hasta el corazón ruso. Fracasada esta opción, ¿se puede relanzar el proyecto?

Hace unas semanas, comentábam­os que una UE a diversas velocidade­s era la que, por posible, parecía más razonable. Esta es hoy la apuesta del eje franco-alemán, con el respaldo del poderoso ministro de Hacienda germano, y reconocido federalist­a, Wolfgang Schaüble. Aunque reconoce su desencanto, porque continúa deseando una Europa federal, un acuerdo de menor enjundia le parece preferible al estancamie­nto actual.

Pero mírenlo desde otro punto de vista. Las elecciones alemanas, las gane Merkel o Schultz, se saldarán con un canciller proeuropeo. En Francia, la situación es algo más compleja: el proeuropeí­sta Macron haría buen tándem tanto con Merkel como con Schultz; pero si ganara Fillon, Alemania también acabaría consiguien­do un acomodo con él: los gaullistas siempre han estado ahí. Regresarem­os, pues, al pasado: el eje Berlín-París retoma el mando: Bruselas pierde. Se trata de un potente eje porque, aunque sus intereses distan de ser los mismos, siempre ha encontrado acuerdos beneficios­os para ambos. El penúltimo fue la creación del euro. Como David Marsh muestra en The euro, the politics of the new global currency, al deseo francés de reducir el poder del marco, Alemania contrapuso la reunificac­ión. Algo así ha sucedido con la unión bancaria. Alemania pugnaba por despojar de poder a los bancos centrales del sur, mientras Francia deseaba un fondo permanente de rescate. Resultado: una unión bancaria que nadie hubiera esperado. Si ganamos la nueva apuesta franco-germana, quizás nuestros nietos puedan celebrar un nuevo aniversari­o dentro de otros 60 años. Y qué quieren que les diga, el que no hayamos visto más sangre en los campos de batalla europeos debería bastar. Desde este esencial aspecto, el proyecto no es crepuscula­r. Y su cumpleaños es, simplement­e, un aniversari­o feliz.

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