Un Joker 4.0
EL Salón del Cómic dedica una exposición a Donald Trump. El mundo (al menos una parte) anda preocupado con la figura de su comandante en jefe, pero debería estarle igualmente agradecido porque ha conseguido revitalizarlo. Desde los activistas jubilados contra la guerra del Vietnam hasta los millennials militantes del “no a la guerra” del trío de las Azores han encontrado en Trump un argumento para rearmarse moralmente y volver a salir a la calle con la pancarta. Ni el Gerovital de la rumana doctora Aslan, ni la Viagra de los laboratorios Pfizer han hecho tanto bien a la humanidad. Las decisiones de Trump reaniman, rejuvenecen, regeneran. El mundo ha vuelto a premiar a Bob Dylan cuando se arrastraba por festivales de verano, se recuperan exposiciones de Allen Ginsberg cuando parecía olvidado e incluso se convierte en best seller la novela 1984 de George Orwell, que nos advertía sobre el peor de los mundos. Sin Trump, nada de esto hubiera sido posible. Así que Trump no es un castigo de la providencia, sino la prueba de que Dios aprieta pero no ahoga. Ciertamente, sus decisiones ponen los pelos de punta al planeta, ya sea la liquidación a la brava del Obamacare, las expulsiones masivas de inmigrantes o la consideración de Rusia como aliado. Afortunadamente, allí donde no llega el Congreso con sus colegas republicanos echando el freno de mano, lo hacen los tribunales poniendo pausa a los ensueños trumpianos. Volvamos a la fe, también en la democracia.
Con este panorama, la prensa de EE.UU. aspira a cumplir el papel que tuvo en los setenta con el caso Watergate y los papeles del Pentágono. Las suscripciones del Post y del Times se han disparado. Pero también el mundo del cómic vive sus mejores momentos gracias al antihéroe de la Casa Blanca, como puede verse en la exposición Superhombres fuera de control. Trump es un malo 4.0, el nuevo Joker que atemoriza con sus tuits y su tupé imposible.