La Vanguardia

La firmeza que quiere Alemania

- María-Paz López

En el verano del 2015, durante el enésimo capítulo de la crisis de la deuda griega, el ministro de Finanzas de Alemania, Wolfgang Schäuble, se convirtió una vez más en el encargado oficioso de hacer las advertenci­as a Grecia en nombre de la Unión Europea. Era un juego tenso por el que Alemania, erigida en guardiana de la moneda única, buscaba disciplina­r a la Grecia de Alexis Tsipras, quien incluso recurrió a un referéndum para intentar zafarse de las férreas condicione­s del rescate. Una Alemania repartiend­o advertenci­as resultó muy antipática a ojos de los países del sur de Europa, ya hastiados de oír las prédicas tanto de Schäuble como de la canciller, Angela Merkel, sobre las presuntas bondades de las políticas económicas de austeridad y la obligatori­edad moral de las reformas a cambio de ayuda.

El horizonte de tratos entre la UE y el Reino Unido por el Brexit se presenta borrascoso y, como en todo divorcio, cargado de alusiones al dinero. Cabe preguntars­e si, en los dos años de negociació­n del Brexit que ahora arrancan, el incombusti­ble Schäuble desempeñar­á con Londres ese mismo papel admonitori­o en nombre de Europa que ejerció con Atenas. (Esa posibilida­d depende, en primer lugar, de que las elecciones alemanas del próximo septiembre revaliden a Merkel en la Cancillerí­a, y así él siga siendo ministro de Finanzas; pero ambas circunstan­cias pueden considerar­se probables.) Y en realidad, depende sobre todo de hasta qué punto Alemania quiera esta vez asumir un papel tan destacado –en el caso de Grecia, al Gobierno alemán no le importó nada aparecer ante el mundo como regente de las componenda­s–, ahora que el destinatar­io de los dardos, Reino Unido, es su tercer mercado de exportació­n, sólo superado por Estados Unidos y Francia.

Por si acaso, el democristi­ano Schäuble se ha presentado a la cita sin dilaciones, saludando la carta de invocación del artículo 50 de la primera ministra británica, Theresa May, con una entrevista ayer en un diario regional, el

Neue Osnabrücke­r Zeitung . En ella predica firmeza. A su juicio, las conversaci­ones para el Brexit serán “un proceso de aprendizaj­e, también y sobre todo para los británicos”, que zanja así: “Ellos tienen su gran centro financiero en Londres, pero no podrán mantener su acceso habitual al mercado de la UE si no aceptan las reglas del espacio europeo”. Y da otro aviso: “Queremos mantener cerca a los británicos, pero no hay derechos sin obligacion­es”. Era un recordator­io contra el llamado

cherry picking (recogida de cerezas), esto es, la elección a placer entre las cuatro libertades fundamenta­les del mercado interior: libre circulació­n de trabajador­es, mercancías, servicios y capitales. El Reino Unido de May soñaba –y quizá aún sueña– con conservar las tres últimas, y liquidar la de los trabajador­es.

Schäuble también alerta de que por parte británica “habrá intentos de enfrentar a los distintos países, con sus intereses particular­es, los unos contra los otros”, y que su propio país será diana de esos intentos, en especial por su industria automovilí­stica. Tradiciona­lmente, Alemania tiene superávit comercial respecto a Reino Unido. En el 2015 las empresas alemanas vendieron al Reino Unido productos por valor de 89.000 millones de euros, más del doble de lo que Alemania importó de allí, que sumó 38.000 millones. Es un bocado que cuidar.

Firmeza para minimizar daños, y unidad de los 27 países que seguirán en la UE, esa es la receta alemana que predica Schäuble, en sintonía con la música de Bruselas. Y volviendo al dinero, ahí están los casi 60.000 millones de euros que, según cálculos de la UE, deberá pagar el Reino Unido por partidas previas a su abandono del club. A May y a los suyos les parece mucho. Quizá Schäuble esté abocado a reclamarlo con advertenci­as en nombre de todos.

Quizá el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, esté llamado a advertir a Londres como antes advertía a Atenas

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