Prohibido llamarse Alá
La cuestión de poner nombres a los recién nacidos tiene mucha miga. Ese apelativo es una sombra que se proyecta toda la vida, al albur de modas o nuevos significados, y puede marcar una existencia.
Hay que pensárselo dos veces, según parece. La página Buzzfeed lanzó hace un tiempo un informe sobre los ciudadanos con peor suerte en su designación. Cuando alguien tiene por apellido Assman, el asunto todavía se complica más. Ninguna de las traducciones posibles ofrece una salida amable. Assman equivale a “asesino”, “burro” o “tonto”, por citar alguna.
En esa web publicaron la foto del señor Assman, ya de cierta edad y empleado de una estación de servicio de Petro-Canada, sin especificar la localidad, aunque en ese país norteamericano. Sus padres, en una época en que el cine porno no gozaba de la actual difusión, jamás se imaginaron el giro lingüístico. Eligieron bautizarle como Richard, pero, desde niño, fue Dick.
El dueño del negocio, un visionario de la
publicidad o un gamberro con aspiraciones de gracioso, instaló un neón gigantesco que rezaba así: “Dick Assman is here”. Cogiendo la primera acepción del apellido, la traducción sería –dicho de la manera más educada posible y políticamente correcta–, “el pene asesino está aquí”.
Buzzfeed no hizo la investigación para dar con él. No hizo falta. De forma anónima, alguien envió en 1995 una imagen de esa gasolinera a David Letterman, entonces en el esplendor de su Late Show. Invitó al señor Assman a su programa durante todo un mes. Este hombre, fallecido en el 2016, disfrutó de su gloria, y demostró una enorme capacidad de reírse hasta de sí mismo, a partir de ese juego de palabras con su identidad que a otro le habría avergonzado.
En cambio, a Elizabeth Handy y Bilal Walk, residentes en Atlanta (Georgia), no les ha resultado divertido que les hayan vetado uno de los nombres/apellido que querían otorgarle a su hija. La combinación sería ZalyKha Graceful Lorraina Allah. Por supuesto,
el punto de conflicto es este último apelativo.
Allah es la ortografía en inglés de Alá, designación de Dios en árabe y término que pone los pelos de punta a un sector de la población estadounidense en época de populismo trumpista.
La Casa Blanca ha puesto en marcha el ventilador contra los musulmanes. Los ha puesto en el punto de mira con sus órdenes –frenadas por los tribunales– de impedir la entrada a ciudadanos de seis o siete países, depende si es la primera o la segunda versión.
El departamento de Salud Pública de Georgia ha rechazado expedir el certificado de nacimiento a esa criatura de 22 meses, que, por supuesto, no tiene ni voz ni voto en esto.
Oficialmente es una niña sin nombre, por lo que, al no tener número de seguridad social, no la pueden registrar en el parvulario.
La turbia regulación gubernamental respecto a cómo se han de llamar los hijos ha abierto un enfrentamiento. Las autoridades del estado indicaron que no hay nada malo en el nombre de Allah. Pero interpretaron que pretenden utilizarlo como apellido y esto no es posible. El apellido ha de ser el de uno de los padres o una combinación de ambos y, en todo caso, luego acudir a los tribunales a hacer el cambio. La pareja ha decidido coger el atajo. Han ido directamente a la justicia. Han planteado un pleito con la ayuda del American Civil Liberties Union (ACLU), por considerar que la Administración carece de potestad para imponer el apelativo de una persona.
Sostienen en esa demanda que sólo ellos tienen esa capacidad. Apelan a una parte del código de registro donde se determina que se ha de permitir la escritura con el apelativo que “ambos padres designen”.
“Es un nombre noble”, explicó el padre en el Atlanta Journal-Constitution. Les entusiasma ese sentimiento por cuanto ya tienen un hijo de tres años al que llamaron Masterful Mosirah Aly Allah. Entonces, el estado de Georgia no puso impedimentos.
“Es un nombre noble”, dice la pareja, que ya tiene otro hijo de tres años con ese apelativo