Europa toma partido
No corren buenos tiempos para la independencia. Algo debe de estar fallando en los mensajes o las formas de los secesionistas catalanes, porque ha cambiado el signo de su seguimiento. El anterior barómetro del CEO daba una diferencia de dos décimas de punto a favor de los partidarios de seguir en España. Era un empate técnico, pero la desconexión venía mostrando una tendencia ascendente, incluso muy ascendente, desde hace varios años. Ahora está cambiando. Una encuesta no es más que una encuesta, pero cuatro puntos de diferencia a favor de la unidad es ya una distancia apreciable que debe hacer reflexionar a los promotores de la hoja de ruta. Ni las acciones judiciales ni la respuesta política desde Catalunya parecen actuar a su favor.
De forma paralela, la Unión Europea ha empezado a tomar partido. Aunque Angela Merkel, canciller alemana, y Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, no han citado expresamente ni a Catalunya ni a España, han incorporado a sus discursos su rechazo a los nacionalismos. “No hay que tocar el principio de unidad nacional”, dijo la señora Merkel, como si cumpliera un encargo de Mariano Rajoy, con quien tanto quiere, como decía el poeta. Merkel tiene razones internas para oponerse a los nacionalismos, como demostró la solicitud de referéndum de autodeterminación del estado
de Baviera, rechazada por el Tribunal Constitucional alemán.
Pero hay algo más: hay miedo a que una expansión de los nacionalismos contribuya a un deterioro todavía mayor de la Unión Europea, ya muy castigada por el Brexit. Hay miedo a que los movimientos separatistas, si triunfan, debiliten los Estados actuales. La Europa que ellos gobiernan es una Europa de Estados, no de
los pueblos ni de las regiones. Hay miedo a que, si se desgajan esos Estados por impulsos identitarios, esos impulsos hagan perder voluntad unitaria en un momento en que es preciso afianzarla por la herida del Reino Unido. Y hay miedo, por tanto, a que unas nuevas fronteras terminen por desintegrar a la Unión. No importa que los secesionistas proclamen su vocación europea. Importa que no se destruya la Europa de los actuales Estados.
Y a esa línea de firmeza para imponer o salvar el principio de unidad territorial se añade un fenómeno nuevo: la corriente de opinión, mayoritaria en las clases dominantes, que identifica nacionalismo y populismo. Se ponen en condiciones de igualdad y cada vez se oye más esa identificación en España y en otros países de Europa. No hay constancia de que esos mensajes hayan calado en la sociedad, pero es un instrumento dialéctico de cierta eficacia. Cuando se dice que los nacionalismos y los populismos son los grandes enemigos de la Unión, y ya se repite cada día, se está tratando de señalar cuáles son los adversarios contra los que hay que luchar. ¿Tendrá efectos sobre el independentismo catalán? No en sus líderes políticos, que quieren ser parte de la Europa política y niegan cualquier parecido con los populistas. Pero sí en quienes tendrían que reconocer al nuevo Estado catalán. Por lo menos, la Alemania de Merkel no lo va a reconocer.