La Vanguardia

Ni Orwell, ni leches… el Poder (y 3)

- Gregorio Morán

Hoy, primer día de abril, es un buen momento para hacer una reflexión sobre la prensa, en papel o digital; aún tan diferentes. El mes de marzo, recién terminado, se ha traducido en México en el asesinato de tres o cuatro periodista­s, es difícil llevar la cuenta. Miroslava Breach, 54 años –cabe anotar que en México aún quedan profesiona­les que no son jefes de prensa de nada que no sea su periódico–. La mataron a quemarropa cuando iba a llevar a su hija al colegio. Eran las siete de la mañana. Unos días antes acabó la vida del correspons­al de La Jornada en Chihuahua. Tres balas en la cabeza. El siguiente cayó en Xalapa, Ricardo Monlui, 57 años, director de El

Político, cuando salía de un restaurant­e. El mes criminal había empezado el 2 de marzo, con Cecilio Pineda, 38 años, director de La Voz de Tierra Caliente, mientras esperaba que le lavaran el coche en Altamirano, estado de Guerrero.

Cabe pensar que si escribiera­n sólo en un digital estarían vivos. Algo tendrá el papel, que lo matan. Las manifestac­iones de los periodista­s en las principale­s ciudades de México llevan un lema: “No se mata la verdad matando periodista­s”. En el 2016 fueron asesinados en México once periodista­s, y 426, agredidos, salvaron la vida de milagro. La impunidad de los asesinos de periodista­s allá alcanza el 99,75%. Aún siguen, sin un gesto de perplejida­d e indignació­n de esta clase moribunda que se llama periodismo. Ganan 196 euros (4.000 pesos), el que menos, hasta una horquilla de 590 euros (12.000 pesos). No vale una vida ni en los muelles de Hong Kong.

Lo poco que sé lo he leído en un diario no español, por supuesto. El debate entre prensa en papel y diarios virtuales tiene una importanci­a secundaria, salvo para los que se dedican al negocio y no precisamen­te a los cárteles de la droga. Lo que afecta es el papel y hay que matarlo. Sólo los más agudos sostienen que compaginar una variedad y otra puede salvarnos de la decadencia. ¿Pero quién nos libra de unos diarios deleznable­s y una informació­n que apenas si ojean los ciudadanos cuando quieren saber algo más de lo que no les damos?

En el congreso sobre prensa digital en Huesca, de donde han partido estos tres artículos, hubo un ponente. No recuerdo ni su nombre, pero sí lo que dijo. Me dejó estupefact­o. “Yo dispongo de un diario virtual que tiene un millón de ‘videntes’”. Dijo videntes, lo cual expresa mucho del conocimien­to de la lengua y del nivel mental del personaje. Lo aproveché en mi intervenci­ón, que mereció una línea y media en el diario más importante de Aragón, para señalar que tenía más “videntes” la Virgen de Lourdes, y que además cualquier creyente se detendría a rezarle, cosa impensable en un virtual, donde lo común es leer el titular y rara vez detenerse en un texto que sería el equivalent­e a la plegaria. O hacemos publicidad, que no debe ocupar más de una frase, o hacemos periodismo, que es algo que se resume en una cosa muy simple: contar una noticia o una historia.

Les confieso una intimidad. He vuelto a leer Le Monde, como en los años sesenta. Ya sé, ya sé que tampoco Le Monde es el de entonces, le ocurre como a nosotros, esclavos de aquel verso atribuido a Pablo Neruda que decía “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Pero acaba siendo imprescind­ible, como ayer, que recuerdo muy bien que unas veces llegaba a los quioscos y otras no, y no cabía preguntar al quiosquero. Nuestros patéticos quioscos que van cayendo en la ruina y el desdén, como si se tratara de museos de lo efímero que algunos aseguran no necesitar porque para eso tienen la tableta.

La mayoría de las webs personales se parecen mucho a los váteres de mi adolescenc­ia –en el colegio, en los bares, en la universida­d– donde cada cual escribía sus miserias con el descaro del anonimato. “Hijo puta el que lo lea”, “Tu madre me la chupó”, …y las pajas, había pajas imposibles en todas las puertas interiores de los váteres públicos. Y ahora estos chicos, impolutos, de familia asentada y cultura inane, vuelven a las mismas pero sin detectar en su deficienci­a que las webs son como aquello, pero que hasta las puertas de esos váteres cutres están controlada­s y no pueden decir bobadas de colegio bien, sobre los huesitos de una pobre chica volada en un atentado de ETA, o la otra de Carrero Blanco, fuera de lugar, de día y de época, del que sabrá poco más que su padre, lo presiento: un cobarde que esperaba el día señalado para sacar pecho. ¡Qué fauna! O Podemos limpia esta bazofia o acabarán haciendo el ridículo de unas tetas en una Iglesia, cosa que aún me hace reír en su audacia estúpida. ¡Responsabl­e de Cultura!

Así tendremos derecha hasta que nos nazcan ortigas en el pecho. Hay una generación periodísti­ca que debería exigir –los que quedan– que nos incineren y nos echen donde quieran, pero lejos. O en una alcantaril­la de la Rambla, sitio digno, con historia y mucha pamema.

Sí, sigo leyendo Le Monde, como a mediados de los 60. ¿De qué otra manera podría enterarme de que la Guardia de Finanzas entró forzando a los seguratas en una calle de Milán, sede del prestigios­o diario económico

Il Sole 24 Ore, y penetró en los despachos del jefe, el inefable Roberto Napoletano y de sus más íntimos colaborado­res? ¿Pero a que no se imaginan ustedes cuál era el delito que investigab­an y del cual obtuvieron todas las pruebas? Il Sole

24 Ore había aumentado fraudulent­amente sus lectores virtuales en 100.000. No existían, pero los hacía constar para sus beneficios publicitar­ios. La estafa cubría tres millones de euros.

¿Alguien se imagina algo similar aquí, donde se da la particular­idad, única creo en el mundo, de que los resultados de los controlado­res de la OJD –medidores de los medios– siempre dan resúmenes donde nadie pierde lectores o publicidad, o lo que sea? Cada vez que aparecen las listas de la OJD uno tiene la impresión de ser idiota. No es posible que con unos medios en franca decadencia tengan siempre resultados positivos. Y si un medio de comunicaci­ón no es implacable consigo mismo, cómo le vamos a pedir gollerías.

Estamos perdidos en la nada y los lectores quieren noticias positivas, porque bastante jodido lo tienen en su casa para que un gracioso venga a recordarle­s que lo nuestro es un milagro que vemos todos y que nadie admite como excepciona­l, sino como cotidiano. O como diría el otro, todos somos “videntes”; unos rezan y otros observan la realidad como si se tratara de un destino ineludible. Este país tiene difícil arreglo y, añado, si hablara sólo de Catalunya aún tendría que subir los grados de mi alucinació­n.

¿Y el futuro periodísti­co? ¿Cómo será? ¿En papel o digital? Da lo mismo. Al final resultará una mixtura de ambas cosas, pero seguiremos sin enterarnos de lo fundamenta­l. El Poder –siempre debe ser escrito con mayúsculas– ha decidido que mientras no haya rebelión y las chicas de fuste que aspiran a cambiar el mundo exhiban sus senos en las iglesias, será algo aún más anodino que cuando los rebeldes de tercer grado quemaban los conventos. Cosa que no he entendido, como radical y revolucion­ario, en mi vida y que revela que volvemos a la misma estupidez: una teta por un fogón.

¿Y el futuro periodísti­co? ¿Cómo será? ¿En papel o digital? Al final resultará una mixtura de ambas cosas

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MESEGUER
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