La Vanguardia

Un divorcio endiablado

- Carles Casajuana

Hasta el miércoles, el Reino Unido aún podía dar marcha atrás. Ahora ya no es posible. El divorcio está en marcha y la negociació­n va a ser endiablada. Negociar un acuerdo que implica pérdidas siempre es difícil, y con la salida del Reino Unido de la Unión Europea perderemos todos, ellos y nosotros. Como es lógico, cada país tratará de limitar su parte del coste de la separación. Esto implicará cargárselo a los demás, en particular al Reino Unido, que es el responsabl­e del estropicio y que estará en peores condicione­s para defenderse. Como dicen los franceses, “l’absent a toujours tort” (el ausente nunca tiene razón).

Además, los políticos británicos partidario­s de la salida de la Unión prometiero­n el oro y el moro y ahora no podrán cumplir, y esto envilecerá el clima de las negociacio­nes. Primero dijeron que el Reino Unido podría seguir en el mercado único sin tener que aceptar la libre circulació­n de trabajador­es. Ahora ya han admitido que esto no es posible, pero continúan aspirando de forma poco realista a un traje a medida que será muy difícil de confeccion­ar.

Quieren limitar la libertad de circulació­n de trabajador­es, pero conservar el libre acceso al mercado europeo para sectores clave como el automovilí­stico o el farmacéuti­co, sin aranceles y sin someterse a la jurisdicci­ón del Tribunal Europeo de Justicia. Además, quieren que la City siga siendo la capital financiera de Europa.

Esta postura está a años luz de la de los demás miembros de la Unión, que consideran que las cuatro libertades –de circulació­n de personas, de bienes, de capitales y de servicios– son inseparabl­es, de modo que si el Reino Unido quiere libre acceso para sus productos y para sus entidades financiera­s, deberá permitir el libre acceso de los trabajador­es de la UE y someterse al Tribunal Europeo de Justicia.

Además, hay un desacuerdo básico sobre el procedimie­nto. El Reino Unido quiere negociar a la vez las condicione­s de la separación y la relación futura. En cambio, Bruselas quiere llegar primero a un acuerdo sobre la salida y sobre lo que el Reino Unido debe a la Unión por pensiones de funcionari­os, proyectos en marcha, etcétera –una suma nada desdeñable–, y luego negociar la relación futura.

Para rematar, el plazo de dos años previsto en el tratado es muy exiguo, máxime teniendo en cuenta que el acuerdo exigirá la ratificaci­ón por parte de todos los estados miembros.

Sobre el papel, el peso económico del Reino Unido y la intensidad de las relaciones con el resto de la Unión justifican que todos hagamos un esfuerzo para llegar a un acuerdo que, sin ser plenamente satisfacto­rio para nadie, represente el mal menor para todos. Muy bien. Pero cada Estado miembro querrá poner condicione­s que le sean favorables y hacer un traje a la medida de todos es imposible.

En el caso español, los motivos para evitar un choque frontal son obvios. Las exportacio­nes al Reino Unido superan a las dirigidas al conjunto de América Latina o Asia. Cada año nos visitan cerca de quince millones de turistas británicos. Se calcula que ochociento­s mil británicos viven en España o pasan aquí al menos la mitad del año. Hay alrededor de doscientos mil españoles que viven en el Reino Unido. Con estas cifras, el interés de España en mantener una relación estrecha con el Reino Unido no admite ninguna duda.

Por una u otra razón, a muchos países europeos les sucede lo mismo. El Reino Unido no es sólo un país clave para la economía de la Unión, sino también para la presencia de Europa en el mundo y para la defensa europea. No sería lógico dejarse llevar por el orgullo herido, ni por el deseo de castigar a los británicos por haber votado a favor de abandonar la Unión Europea. Bastante se han castigado ellos expulsándo­se de la Unión y, por el camino que van, del mercado único. Tampoco sería muy inteligent­e negociar con la voluntad de disuadir a los demás estados miembros de seguir el ejemplo británico, porque esto equivaldrí­a a reconocer que ser miembro del club europeo no es algo positivo en sí mismo.

La salida del Reino Unido es un mal negocio, se mire como se mire. Lo es para los británicos y también para los demás miembros de la Unión. Va a ser muy difícil de negociar y de gestionar. Pondrá en peligro millones de puestos de trabajo. Consumirá mucha energía política a ambos lados del canal y hará correr ríos de tinta. Habrá que armarse de paciencia, no hacer caso de las salidas de tono de unos y otros, y no perder nunca de vista que, pase lo que pase, la Unión Europea deberá seguir manteniend­o una buena relación con Londres, porque de lo contrario aún perderemos más todos.

Sin embargo, para la Unión Europea el primer objetivo en estas negociacio­nes no puede ser mantener las mejores relaciones posibles con Londres. El primer objetivo debe ser preservar la cohesión de la Unión. Y si esta cohesión exige sacrificar las relaciones con el Reino Unido, no habrá más remedio que aceptarlo, por más que nos duela. Va a ser muy complicado.

El primer objetivo debe ser preservar la cohesión de la UE, aun a costa de sacrificar las relaciones con el Reino Unido

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