Airbnb se equivoca en Barcelona
La actividad económica intensiva de estas plataformas ‘colaborativas’ favorece en realidad la economía sumergida a gran escala
El pasado mes de febrero la multinacional Airbnb hizo público que tenía la solución para hacer de Barcelona “una ciudad mejor”. En realidad, habló de una serie de medidas sin haberlas consensuado antes con el Ayuntamiento y las asociaciones de vecinos de la ciudad. Como consecuencia, recibió un rechazo inmediato del equipo de gobierno municipal. Algunos de sus miembros la descalificaron con mucha contundencia en las redes sociales. “Tomadura de pelo” fue lo más suave.
¿Por qué ha dado este paso en falso el gigante de San Francisco? Por la situación de peligro en que lo coloca en Barcelona la oferta ilegal, que ampara como cooperador necesario (sin la plataforma, no existiría la oferta ilegal, y sin la oferta ilegal, la plataforma no haría el mismo negocio). Una situación provocada por la presión de entidades e instituciones de la ciudad contra el rol supuestamente milagroso que la compañía se atribuye. El movimiento de la multinacional ha encendido todavía más los ánimos de los actores del turismo en Barcelona, que ven reafirmada su voluntad de erradicar todos los pisos y modalidades turísticas ilegales, comercializadas también por otras plataformas como Homeaway o Wimdu.
El negocio de Airbnb está basado en dos prácticas ilegales que funcionan sin la preceptiva licencia. Por un lado, la amateur, que representaba la esencia inicial de su proyecto y que alquila habitaciones o su vivienda habitual entera. Por otro lado, la profesional, nacional e internacional, que comercializa de forma masiva pisos turísticos sin licencia. Estos particulares que realizan una actividad económica
amateur suponen un escudo de reputación donde se esconde una auténtica industria de economía sumergida a gran escala.
La operación fallida de relaciones públicas de Airbnb constata su nula voluntad de luchar contra los pisos turísticos ilegales en Barcelona. La multinacional americana conoce todos los efectos nocivos que su intermediación provoca: encarecimiento de la vivienda para residentes, graves afectaciones a las comunidades de vecinos, desnaturalización del comercio de barrio y falta de cumplimiento con los impuestos preceptivos, entre otras cuestiones. De hecho, su modelo ha generado un crecimiento turístico muy estacional que ha alterado el crecimiento turístico lineal que tenía Barcelona.
Las premisas que emplean estas plataformas para defender su actividad colaborativa quedan desmontadas. Por un lado, no hay desconcentración del alojamiento turístico y su oferta está ubicada mayoritariamente en zonas turísticas. Por otra parte, no hay distribución de riqueza, dado que buena parte de la oferta corresponde a anfitriones con dos o más alojamientos. Por último, tampoco hay un enriquecimiento de la experiencia del turista, ya que la concentración de viviendas dedicadas al alojamiento turístico en barrios muy concretos expulsa a los habitantes autóctonos, desnaturalizando la vida y el comercio de aquel barrio.
No estaría bien acabar sin hablar de las medidas que proponía Airbnb. Centradas en Ciutat Vella, las medidas etiquetan como profesionales a los anfitriones con más de una propiedad, sin expulsar ningún establecimiento ilegal. Esto es lo que había detrás de un titular engañoso que daba a entender que es una plataforma responsable y comprometida, cuando en realidad es una actividad económica intensiva que favorece la economía sumergida a gran escala.