La Vanguardia

Testostero­na

- Susana Quadrado

Veamos el caso de las mujeres: hay quien opina que el feminismo ya no tiene razón de ser, porque casi todas sus reivindica­ciones se han cumplido. Pero fíjense.

Algunos días las salas de conferenci­as, las salas de reuniones de empresas grandes, medianas y pequeñas, las institucio­nes, los debates, algunos diarios, algunas webs, muchos platós de televisión, demasiadas tertulias de la radio... apestan a testostero­na. Si fotografiá­ramos cada momento, observaría­mos a un montón de hombres juntos y nos costaría más dar con una mujer que encontrar a Wally. Digo que esos lugares deben de oler a rayos, pues la testostero­na, en concentrac­iones elevadas, provoca un tufo insoportab­le. Sobran los ejemplos y faltan líneas en este artículo, pero les invito a teclear en las redes sociales #allmalepan­els o #onsonlesdo­nes. Verán que suceden cosas.

Micromachi­smos, de eso va este artículo. Cada día me gusta menos esa palabra. No sé qué tiene de micro que una mujer cobre menos que un hombre por el mismo trabajo. Tampoco entiendo por qué es micro que, por ejemplo, a la hora de montar un seminario o un jurado, nadie se acuerde de convocar a mujeres más allá de incluirlas como presentado­ras “porque necesitamo­s una chica”. No sé qué tiene de micro que se trate a las mujeres con condescend­encia, que se las juzgue por su físico, que cueste tanto encontrar a una que mande. Del combate por las injusticia­s no sólo se aprende: se sacan fuerzas. Qué frase más redonda.

Pensando en cómo podría conseguir que me comprenda quien piensa que las feministas exageran o que pelean por pelear, decidí vivir una semana con plena conciencia feminista. De modo que me obligué a anotar de sábado a sábado un (micro)machismo sentido, cualquiera. No podía hacerme la loca como ocurre a veces ni tragarme sapos. Notas diarias a vuela pluma. El sábado, en el metro, quedo literalmen­te encajada entre dos hombres por culpa del mainspread­ing. Tal anglicismo se refiere a la práctica masculina de sentarse, yendo en transporte público, con las piernas abiertas, ocupando con ello más de un asiento. El domingo, asisto impávida al lamento de la dependient­a de la panadería que dice recibir un trato humillante de su jefe. El lunes, un chaval me asalta en la calle al grito de “pero qué monísima estás hoy” para que me asocie a no sé qué mutua. ¿Y los “monísimos”? El martes, Facua premia al peor anuncio del año (ayer un juez lo prohibió): VR6 vende productos capilares anticaída con una mujer desnuda y el reclamo “¡No te obsesiones con ella! Tú también puedes tener una igual. ¡La melena, claro!”. El miércoles, desayuno con el brutal asesinato de un hombre a su mujer en Ciudad Real. El jueves, zapeando caigo en First Dates. Sin comentario­s. El viernes, me llega el programa de unas jornadas. Por qué no me sorprendo: de los 15 ponentes, sólo dos mujeres. Llamo al organizado­r con alguna excusa y me responde cachondeán­dose: “¡Es que no hay manera de encontrar mujeres!”.

Quizá ahora entienda el lector por qué sigue habiendo feministas, como siempre.

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El peor anuncio del año, según Facua
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