La construcción del relato
En la serie American Crime Story: The People vs O.J. Simpson, está todo: la cultura del espectáculo, la manipulación de la opinión pública, los ventiladores mediáticos, la posverdad. El llamado juicio del siglo se celebró en 1995, y su análisis desde el presente y desde la ficción ofrece un fiel retrato de la actualidad. El truco está en el relato. En un momento dado, la comunidad afroamericana amenaza con repetir las revueltas de 1992 al grito de: “No hay paz sin justicia”. Pero, ¿es posible la paz sin justicia?
David Rieff cree que sí. Es el autor de Elogio del olvido. Paradojas de la
memoria histórica, que ha publicado Debate. Y en la librería +Bernat sostiene que reducir la complejidad a una versión de buenos y malos es terrible. Por una parte, “las versiones heroicas son totalitarias”. Y por otra, “las víctimas de hoy son los verdugos de mañana”, porque buscarán la revancha. Así, “este es un libro que nos lleva a dilemas incómodos que no se pueden simplificar”, apunta Valentí Puig, para quien la experiencia histórica enseña más que la ideología. “Como decía Bismarck, con las leyes pasa igual que con las salchichas –añade–, Es mejor no saber cómo se hacen”. Y eso es extensible a los acuerdos de paz.
Conduce el dialogo Valerie Miles. Además del editor Miguel Aguilar, han venido Juan Cerezo, de Tusquets, Ignacio Echevarría, Aurelio Major, asoma la cabeza Mercedes Milá. El articulista Félix Ovejero recuerda un chiste: en la guerra de los Balcanes, le preguntan a un serbio por qué está apaleando a su vecino bosnio, al que conoce de toda la vida. El serbio contesta: ¿usted sabe lo que pasó en Kosovo? Y el otro: ¡eso fue hace mucho! El serbio resuelve: sí, pero yo me acabo de enterar. Para Ovejero, “fallamos detectando nuestros propios errores, y llamamos verdad al hecho de atacar las ideas contrarias”. Que la realidad sea confusa no es lo mismo que tener una idea confusa de la realidad, dice. Si los recuerdos individuales ya son falsos, cómo no va a serlo la memoria colectiva. Cabe plantearse cuál es su función.
El abogado chileno Hernán Hormazábal reconoce que esa memoria colectiva es una construcción social, un mito para lograr ventajas políticas en el presente. Pero si hablamos de los derechos humanos, hay que situarse en la memoria viva: no son un “imperativo moral”, anota Rieff, sino reglas jurídicas exigitea: bles. Tanto en la transición española como en la chilena quedaron muchos casos pendientes. ¿Hay que olvidarlos sin haberlos resuelto?
El público consulta al autor en esta línea: Manel Manchón, por ejemplo, le pregunta sobre el País Vasco. Otro lo hace sobre los enterrados en la cuneta. Rieff acepta el derecho a la verdad de las víctimas. Pero, ¿cuándo paramos? ¿a partir de qué momento hay que dejar el pasado atrás? ¿En dos generaciones? ¿En tres? Admite que a veces el recuerdo es mejor que el olvido. Pero otras, como en Bosnia o el conflicto entre Israel y Palestina, la memoria no es saludable, sino peligrosa. Él, que ha analizado muchas guerras in situ durante quince años, sabe que la mayoría acaba sin vencedores y prefiere “infinitamente la paz a la justicia”. Recuerdo aquella frase de Stefan Zweig: la historia no tiene tiempo para ser justa.
“¡La realidad existe!”, exclama uno de los personajes de La seducción, publicado por Galaxia Gutenberg. Su autor, José Ovejero, cuenta en la Central del Raval que, al enamorarnos, inventamos al otro y, a medida que la relación se asienta, la realidad toma terreno. Le acompaña Patrícia Soley-Beltran, que plan- “¿Es la memoria una forma de asesinato?”. Ovejero cree que sí, una forma de “asesinato selectivo”, porque construimos un relato en el que hacemos desaparecer algunas personas y momentos. “La memoria es una forma de ficción, que incluye la eliminación de una parte de nosotros mismos”, dice.
Otra de las ficciones en las que nos movemos, según él, es pensar que nuestras sociedades pueden ser inocentes y no participarían de la destrucción. Apunta que en España hay una tradición de la crueldad que no está en el mainstream: Goya, el Lazarillo, los toros, descabezar patos o lanzar cabras desde un campanario en las fiestas. “Eres un narrador cruel que al final nos deja solos”, concluye Soley-Beltran. Una trama ambientada en el Madrid de las conspiraciones, en 1816, puede estar hablando de nuestros días. Es el caso de Terroristas modernos de Cristina Morales. La obra obtuvo la III beca de creación literaria Han Nefkens, por la que Eduardo Ruiz Sosa y Matías Candeira también pudieron dedicarse únicamente a escribir durante un año, como recuerda en la Laie el editor de Candaya, Paco Robles. Hace los honores Rubén Martín Giráldez.
En la novela aparece Bretón de los Herreros, inspirador de Siniestro Total, según Morales. Lo cree porque en un diccionario Corominas que consultó estando en Nueva Delhi, descubrió que el primero en usar la palabra bullarengue fue ese poeta y dramaturgo. Así que, ahora, con un guitarrista y un panderetero, la autora se pone a cantar aquel éxito que el grupo gallego puso de moda en los ochenta “Menea, menea, menea el bullarengue”. Desde el presente, el pasado adquiere todo su sentido. Y al revés puede que también.
“Fallamos detectando nuestros errores, y llamamos verdad a atacar las ideas contrarias”, dice Ovejero