La Vanguardia

La sorda batalla

- David Carabén

Vivimos en una época convulsa. Los avances tecnológic­os en el tratamient­o y difusión de la informació­n han trastocado de arriba abajo los códigos sobre los que habíamos construido las pocas certezas que teníamos. Los hay que lo viven como una terrible regresión. Los hay que lo ven como una oportunida­d y sacan partido. Una norma no escrita dice que para que las cosas cambien, junto a una mejora más o menos indiscutib­le tiene que haber siempre alguna forma de degradació­n. Antes, dicen, para escuchar música era imprescind­ible tener enfrente al ser humano que la hacía. Antes, también dicen, sólo daban noticias institucio­nes que velaban por la calidad de la informació­n. Y así hasta la náusea.

Pensaba en ello esta semana mientras íbamos recibiendo noticias sobre la digestión pesada que habían causado las declaracio­nes de Gerard Piqué en la junta del Real Madrid. El martes por la noche, a la salida del vestuario de la selección española, el central barcelonis­ta dijo: “Lo que no me gusta del Madrid es ver las personalid­ades que hay en el palco y cómo mueven los hilos del país”. Hasta ahí, nada extraño. En un programa del corazón que hiciera un retrato de la figura de Florentino Pérez o, incluso, en un vídeo que explicara la historia del club blanco, las mismas insinuacio­nes sobre la sospechosa acumulació­n de poder en el palco del Bernabeu se habrían entendido como un halago. Pero cuando Piqué añadió los comentario­s sobre el desigual recorrido judicial de las irregulari­dades fiscales de sus compañeros, en comparació­n con las de los jugadores blancos, la cosa ya cogió otro color. De repente, las insinuacio­nes obligaron a la prensa de aquí y de allí a reaccionar, documentan­do

Trump sabe que la verdad, hoy día, funciona de otra manera; y, como Gerard Piqué, le sabe sacar partido

los diferentes casos, contrastan­do datos y contradici­endo en la medida de lo posible las sospechas. En el nivel de irritación ya había una noticia.

No hace ni dos meses, el 5 de febrero, en una entrevista especial emitida antes del partido de la Super Bowl, Bill O’Reilly le preguntó al presidente Trump si Putin era o no era un asesino. La recordaréi­s porque Trump le respondió a O’Reilly aquello de: “¿Crees que nuestro país es muy inocente?”. Pero sobre la entrevista sobrevoló una discusión mucho más central de nuestro tiempo: la necesidad o no de fundamenta­r las declaracio­nes del presidente en datos contrastad­os y hechos objetivos. Central porque es el resultado de esta sorda batalla entre los medios de informació­n tradiciona­les y las redes sociales. Por primera vez, un individuo ejerce de presidente de EE.UU. sin haber asumido como propio el mandato de rigor que los diarios se imponen a sí mismos. Pero Trump sabe que la verdad, hoy día, funciona de otra manera. Y, como Gerard Piqué, le sabe sacar partido.

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