La Vanguardia

AL ESTE DEL EDÉN

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En 1989, La Unión, una joven banda madrileña que había irrumpido en el mundo del pop aullando con la garra de su Lobo hombre en París, nos hacía bailar con un punto de nostalgia al ritmo de su éxito Vivir al este del edén. La canción, con homenaje literario en su título a Steinbeck como antes lo habían hecho con Boris Vian, resumía a la perfección lo que significab­a para la mayoría el paso de la niñez a la madurez: “Ahora el tiempo pasa y no perdona, se van meses y años para no volver… Tan lejano el paraíso aquel, estoy acostumbra­do a vivir al este del edén”.

La canción mostraba espíritu de resignació­n, al fin y al cabo en la España de finales de los 80 no se vivía tan mal después de la entrada en la Comunidad Europea, que en el primer semestre del año fue presidida, en inédito acontecimi­ento, por nuestro país, con el hoy “vieja gloria” Felipe González al frente.

Pero esa nostalgia tamizada no la compartían en el auténtico este del paraíso. Allí, al otro lado del Muro, estaban como locos por cruzar al único edén terrenal conocido, el de la libertad, y por fin encontraro­n la oportunida­d histórica de hacerlo el 9 de noviembre, cuando el gobierno comunista de la RDA entró en barrena. Su líder de muchos años, Erich Honecker, había renunciado un mes antes, presionado por grandes manifestac­iones en la calle que ya nadie se veía capaz de detener. La dialéctica del miedo había dejado de funcionar, con la consecuenc­ia de que el pueblo germano-oriental perdió el respeto a todos los mecanismos dictatoria­les que lo habían tenido atenazado durante cincuenta años exactos (la RDA se fundó el octubre de 1949). Y de una forma rocamboles­ca, durante una rueda de prensa, un burócrata que comparecía para hablar sobre los cambios en las restriccio­nes de la legislació­n para desplazars­e y viajar acabó abriendo la puerta del Muro con sus declaracio­nes.

Más al este del edén no habían tenido tanta suerte. En el corazón de Oriente no había Muro sino Gran Muralla, y eso son palabras mayores. En ella resultaba imposible detectar ninguna fisura que dejara resquicios a esa ansia de libertad que flotaba por los cuatro puntos cardinales aquel año. Las multitudin­arias manifestac­iones de la céntrica plaza de Tiananmen, que llegaron a congregar en su momento cumbre a un millón de personas con su ejemplo extendiénd­ose a otras grandes ciudades de la República Popular China fueron reprimidas sin compasión. Más de 10.000 soldados irrumpiero­n en el foco de rebelión que cuestionab­a al todopodero­so Partido Comunista y protagoniz­aron una matanza sin precedente­s.

Todavía hoy sigue sin saberse con exactitud (la informació­n sigue censurada) cuántas personas fueron asesinadas, aunque las estimacion­es más altas hablan de “millares”.

Es más fácil morir que vivir al este del edén.

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En Berlín, el edén se encontraba al otro lado del Muro
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Tiananmen, una matanza sin precedente­s
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