La Vanguardia

Vinos y caníbales

- ARTURO SAN AGUSTÍN

En Madrid el relativo fracaso de la bicicleta permite a los peatones pasear tranquilam­ente por las aceras. Y, desde luego, en la iglesia de San Jerónimo el Real, también conocida como los Jerónimos, aún es posible observar una de esas bodas con pretension­es aristocrát­icas que siempre acaban arruinadas por algunas pamelas enloquecid­as y por ciertos especulado­res o similares que se pasan toda la ceremonia peleando duramente y sin éxito contra su esmoquin. Pero lo peor son esos niños y niñas condenados a ir disfrazado­s de infantes modernos. Pobrecillo­s. Cuando metí la nariz en los Jerónimos, la ceremonia de la boda había concluido y sonaba la composició­n Musica notturna delle strade di Madrid , de

Luigi Boccherini.

Al salir de esa iglesia en la que antes sólo se casaban los reyes y nobles me dirigí al Casino de Madrid para observar a los 240 catadores que participab­an en el prestigios­o premio Vila Viniteca de Cata por Parejas, que organizan anualmente Quim Vila y su socio Siscu Martí. Nada que objetar a la escalera de honor y al salón Real con sus lámparas de Mansard y el óleo Conjuro de extraordin­ario orador y último presidente de la Primera República española, lo llamaban “el verbo del siglo XIX”.

Ya en la noche de Madrid, al llegar al hotel decidí tomar un trago en el bar. Y allí estaba también una rubia etnóloga neoyorquin­a, especialis­ta en las culturas de Papúa Nueva Guinea. Al principio –cosas del vino– entendí que era enóloga, pero no, era etnóloga. Por eso estaba hospedada en el Urban, que además de un buen hotel tiene expuestas permanente­mente unas 100 piezas rituales de los pueblos de Papúa Nueva Guinea. O sea, que gracias a Jordi Clos, propietari­o del Urban, que si no está en los negocios está en alguna expedición arqueológi­ca, la noche me fue propicia. Etnológica­mente hablando, por supuesto. Margaret me contó que para los pueblos de Papúa Nueva Guinea el animal sagrado es el cocodrilo. Y también me ilustró sobre determinad­a máscara. Pero dada la proximidad del hotel Urban al Congreso de los Diputados –está frente al mismo– me interesó más saber de una silla ceremonial. Antes de tomar la palabra, el orador golpea su asiento con un manojo de hierbas, se sienta y se dirige a la tribu. Castelar

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