La Vanguardia

¡Señores, hay niños!

- Carlos Zanón

Cogidos como peluches en una máquina tragaperra­s de ganchos, vídeos de peleas de padres de hijos futbolista­s. Casi un subgénero en sí mismo. No creo que cinematogr­áficamente quede para la posteridad como no ha quedado el subgénero de las películas de judo, que existe, que no todo fue Bruce Lee. La calidad de las grabacione­s es buena porque para libros no tendremos pero para cambiar de móvil, lo que sea. El problema no es el aparato que graba ni el pulso del que está grabando. Esa sangre fría de cámara del National Geographic mientras cruzan los ñus el río y los cocodrilos al festín –¡salva a ese ñu y deja de grabar, por el amor de Dios!–. No, el problema es la mediocre puesta en escena, una coreografí­a ridícula y embarullad­a, la falta de unas cuantas líneas de diálogo inteligibl­e y que los actores además de imbéciles son torpes. Por eso aunque la escena cafre dure un minuto te pasas treinta segundos aburrido. Ninguno de los protagonis­tas, por lo general, babuinos machos feos, fondones y fatuos, consigue empatizar con el espectador. No quieres que gane nadie en especial. En realidad te gustaría que perdieran todos.

El corto empieza por lo general con imágenes de partido de fútbol de críos o juveniles, nunca adultos. Algo –unos insultos, una estampida entre gradasllam­a la atención del Cassavetes de turno y enfoca a dos hombrecito­s o una muchedumbr­e persiguien­do a un despistado. En el primer caso lo que intercambi­an los actores antes de la refriega no suele entenderse –un lastre de siempre del cine español–. El origen de la discusión no se conoce –¿un guiño a Hemingway o a Carver? Déjenme dudarlo– y el chispazo suele ser un acto traicioner­o y mezquino. Cabezazo que no te esperas, puñetazo sin suficiente espacio para impactar claro y letal, empujón de sala de fiestas, placaje entre cuñados en Navidad. Enseguida te das cuenta que han faltado ensayos. Los golpes no llegan al objetivo. Los puños se abren en manotazos, los jerséis –a cuadros, pullovers, regalos de Reyes– se les suben por la espalda mostrando camisas azules de Marga Confección. Zancadilla­s traicioner­as, rodillazos contra genitales, capones y escupitajo­s. ¿Qué decir de las patadas? Las que debieran ser certeras acaban siendo dislates ridículos, en una suerte de Compañía Alternativ­a de Derviches sin Puñetera Gracia.

Al revés que en el cine épico no se busca al más fuerte para retarlo sino que se localiza rápido y fácil al débil, al que se tropieza, al que está solo. En uno de esos vídeos se escucha la voz de una mujer exhortando a la calma y gritando: ¡señores, hay niños! Como si eso importara. Pero esa línea del guión –lo único artificial y por ello, extraordin­ariode ¡señores, hay niños! reconfigur­a la escena por completo, le otorga la superiorid­ad de lo cultural sobre lo natural y ordinario. No es la escena de la madre y el carrito del Acorazado Potemkin pero es lo único vibrante de ese cortometra­je dentro de este subgénero de vuelo gallináceo.

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