La Vanguardia

El descuido de Espinar

- Quim Monzó

Anteayer, Ramón Espinar, portavoz de Unidos Podemos en el Senado, tuvo un resbalón. Se fue al comedor de la Cámara, hizo la cola preceptiva con la bandeja del autoservic­io y, además de la comida, llevaba dos botellas de Coca-Cola. Como ahora pasa que no puedes hacer nada en público sin que te tomen una foto, alguien hizo una y quedó constancia del pecado de Espinar. En la prensa digital y las redes sociales lo han crucificad­o.

El problema nace del hecho de que Unidos Podemos ha pedido a la ciudadanía que no consuma esa bebida y, al Senado, que no tenga ningún producto de esa empresa. El motivo es el conflicto que desde el 2014 hay en la planta embotellad­ora de Fuenlabrad­a, en Madrid, cuando se aprobó un expediente de regulación de empleo que afectaba a más de ochociento­s empleados. Desde entonces el Tribunal Supremo declaró nulo ese ERE y obligó a la embotellad­ora a readmitir a los trabajador­es. Pero entonces los sindicatos denunciaro­n que el proceso de readmisión incumplía las condicione­s que la justicia exigía. Así estamos desde entonces y por eso es una herejía que, contra lo que su partido predica, Espinar las pidiera (y no sólo una sino ¡dos botellitas!).

Coca-Cola lo ha tenido siempre difícil. Vista por algunos como el símbolo terrorífic­o del capitalism­o y el imperialis­mo yanqui, muchos grupos propugnan no consumirla. Se han creado marcas alternativ­as –Inca Kola, Mecca Cola, Nuka Cola, Alter Cola (de la Catalunya Nord) e incluso Che Cola, con la cara de Ernesto Guevara en la etiqueta– que son vistas como una alternativ­a cada vez que hay una guerra o una actividad estadounid­ense que no complace a los sostenible­s. He probado algunas de ellas y, francament­e, ninguna llega al nivel de la Coca-Cola. Ni siquiera llega la Pepsi, que es tan “imperialis­ta” como la Coca-Cola aunque los antiyanqui­s no hagan nunca campaña en contra.

Durante los años del siglo XX en que en Estados Unidos imperaba la ley seca, el reverendo R.H. Rice, de la Iglesia Liberal de Denver, envió una carta a la compañía Coca-Cola en la que les decía: “En esta época de prohibició­n del alcohol, seguro que habrán oído decir que en numerosas iglesias han sustituido el vino de la comunión por extracto de uva no fermentada. Nosotros nos sentimos orgullosos de ser los primeros que usamos Coca-Cola. El domingo pasado, a las once horas, durante la comunión, desplegamo­s una gran pancarta con el nombre ‘Coca-Cola’. La pureza, la calidad y el sabor excelente de vuestra bebida justifican el uso que nosotros hacemos, y confiamos en que muchas otras congregaci­ones sigan nuestro ejemplo”.

Lo que no sé es si, una vez derogada la ley seca, la Iglesia Liberal de Denver volvió a utilizar vino, que es lo que preceptuó Jesús durante la Última Cena. Quizá se habían enganchado tanto a la CocaCola que siguieron con ella. Por cierto, no he conseguido encontrar ningún rastro actual de aquella congregaci­ón. Quizás un castigo divino la borró de la faz de la tierra.

Gran pecado: el portavoz de Unidos Podemos tomó dos cocacolas a la hora de comer

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