La Vanguardia

La política de Trump hacia China

- Brahma Chellaney B. CHELLANEY, geoestrate­ga, autor de ‘Water, peace and war’ Traducción: José María Puig de la Bellacasa

El presidente estadounid­ense accedió al cargo prometiend­o que acabaría con lo que veía como una libertad sin trabas de China en cuestiones de comercio y seguridad. Sin embargo, mientras se prepara a recibir al presidente chino, Xi Jinping, en su lujosa propiedad de Mar-a-Lago, se aprecian escasos indicios de que el enfoque de Trump sobre China hasta la fecha sea diferente del de su predecesor Obama, bajo cuya mirada Pekín inició medidas coercitiva­s impunement­e en los mares de China Meridional y Oriental.

Asediado por acusacione­s de connivenci­a entre sus socios de campaña y Rusia, Trump –para alivio de Pekín– se ha encontrado con poco margen de maniobra para recomponer y ocuparse de la política sobre China. En contraste con el duro lenguaje empleado en su campaña presidenci­al, Trump, de hecho, busca una relación de cooperació­n con China aunque apoyada en una fuerte y robusta base recíproca.

El astuto Xi, durante su visita de dos días a Mar-a-Lago, intentará capitaliza­r la inclinació­n de Trump por llegar a acuerdos. Trump, el autor de El arte de vender, parece deseoso de concluir acuerdos con Xi en temas de comercio y seguridad, acuerdos subreptici­os que en potencia podrían dejar a los aliados de Estados Unidos en Asia a la intemperie. Por ejemplo, para hacer frente al pequeño matón de Corea del Norte, Trump (como Obama) busca la ayuda del gran matón, China, que ha procurado complacerl­e prohibiend­o este año más importacio­nes de carbón de Corea del Norte.

Como declaró la Casa Blanca el 20 de marzo, EE.UU. quiere que China “adopte la dirección adecuada y desempeñe un mayor papel” en relación con Corea el Norte, que un funcionari­o de la Administra­ción Trump ha descrito exageradam­ente como la “mayor amenaza inmediata”. Sin embargo, las dos administra­ciones anteriores se apoyaron también en la aplicación de sanciones y en que Pekín amansara a Corea del Norte... pudiendo limitarse a comprobar el avance en capacidad nuclear y balística de este país tan inclinado a la autorreclu­sión y a la opacidad.

Pekín, en la prueba inicial de hipótesis y voluntades, ya ha saboreado las mieles del éxito echando por tierra el esfuerzo de Trump por modificar la dilatada y duradera política estadounid­ense de “una sola China”.

La reciente visita del secretario de Estado Rex Tillerson a Pekín, de hecho, ha indicado que EE.UU. quiere hacer todo lo posible para congraciar­se con China. En vez de expresar un claro mensaje, Tillerson repitió los eslóganes y latiguillo­s favoritos de China como “mutuo respeto”, “no enfrentami­ento” y “cooperació­n beneficios­a para todos”, una frase ya usual en el caso de EE.UU. para adaptarse a los intereses esenciales de China y aceptar un nuevo modelo de lazos bilaterale­s que sitúe a las dos potencias básicament­e en pie de igualdad para decidir el futuro de Asia.

Para Pekín, la muletilla “mutuo respeto” contiene una gran importanci­a estratégic­a: se emplea para dar a entender que Estados Unidos y China se unirían (en una especie de G-2) para supervisar los asuntos internacio­nales respetando los “intereses esenciales” de ambos. Ello, a su vez, implica que EE.UU. evitaría desafiar a China en las cuestiones de Taiwán y Tíbet y en la nueva área de “interés esencial”, el mar de China Meridional.

Las élites de Washington creen que unas relaciones amistosas con China son imprescind­ibles para los intereses estadounid­enses. Se comenta en Washington que la Administra­ción Trump tiene escasas opciones salvo la de aceptar que los avances territoria­les de China en el mar de China Meridional no pueden volver atrás.

Tal aceptación, aunque tácita, tendrá probableme­nte implicacio­nes en materia de seguridad para los aliados de EE.UU. y para los socios en materia de seguridad en Asia, porque envalenton­ará el revisionis­mo chino en otras regiones, del mar oriental de China al Himalaya. Tras desplegar sistemas armamentis­tas antiaéreos y otros de corto alcance en las siete islas artificial­es en el mar de la China Meridional, Pekín construye estructura­s en tres de estas islas para situar misiles de más largo alcance tierra-aire.

Bajo el mandato de Obama, EE.UU. motivó la mayoría de las inquietude­s de Asia sobre el enfoque crecientem­ente robusto de China reforzando los vínculos militares con los aliados estadounid­enses en Asia y creando relaciones de seguridad con nuevos amigos. El ascenso de Trump al poder fue una mala noticia para Pekín, sobre todo porque su visión de “make America great again” choca con el “sueño chino” de Xi de hacer de este siglo el “siglo chino”. Sin embargo, China hasta ahora no sólo se ha librado de una acción de respuesta en materia de comercio y cuestiones de seguridad, sino que también la esperada afabilidad entre Trump y Xi en Mar-a-Lago podría significar que cuanto más cambian las cosas, más siguen siendo las mismas en la política exterior de Estados Unidos.

Se busca un nuevo modelo de lazos bilaterale­s que sitúe a las dos potencias en pie de igualdad para decidir el futuro de Asia

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