La Vanguardia

Ser padres

- Imma Monsó

La vida es extraña: unos se resisten a ser estigmatiz­ados por un diagnóstic­o de enfermedad mental y otros luchan por serlo. A raíz del episodio del joven de Berga que agredió a dos hombres que se besaban y cuya madre declaró que padece un trastorno de conducta, TV3 entrevistó a otros padres: Montserrat Boix y Joan Sala, fundadores de una asociación que reúne a padres de hijos con trastornos de conducta graves. Montserrat expresó con lucidez el sufrimient­o que supone ser padres de un hijo incapaz de controlar sus impulsos. Su propio hijo está en ese caso, y ellos, mayores y exhaustos, llevan toda una vida de sobresalto­s. Hace unos días se lanzó a la vía del metro y fue hospitaliz­ado. Y lo que para otros padres sería una tragedia, para ellos es casi un mal menor: el hospital y la cárcel ofrecen techo, comida y protección. En la calle, una y otra vez agreden o son agredidos.

Han pasado unos días y los límites entre enfermedad y delincuenc­ia ya no son noticia, como si esa preocupaci­ón sólo afectara a ciertas familias a quienes se compadece un rato. Pero incluso si la redención de estas personas perturbada­s nos importara un bledo, ¿acaso el tema no está en la raíz de la mayoría de los actos violentos que son noticia cada semana? ¿Acaso no nos afecta a todos? ¿Diríamos que el asaltante del aeropuerto de Orly está mentalment­e sano? (“Su padre asegura que no era un terrorista, sino un drogadicto con problemas psicológic­os”...). ¿Diríamos que el asaltante a un instituto de Grasse (pocos días después) está sano? (“Según el Gobierno se trata del acto impulsivo de un joven fascinado por las armas de fuego”...). ¿Y qué decir del autor

¿Diríamos que el autor de los atropellos de Londres está mentalment­e sano?

de los atropellos de Londres? (Nada de lo que se cuenta de él apunta a que estuviera en sus cabales...). ¿Dónde acaba la fascinació­n por las armas o por la yihad y dónde empieza el fanatismo patológico? ¿Dónde acaba la homofobia o la xenofobia y empieza el odio? ¿Dónde acaba el odio y empieza la patología?

Tratar de discernir esos límites asusta y confunde (quizá jamás lo consigamos, por más que los tratados de psiquiatrí­a se empeñen en sistematiz­ar el galimatías). Pero a la espera de ver la luz, existe una posibilida­d de acción real que nos brindan personas como los padres consciente­s del problema de su hijo, personas que asumen el problema y reclaman soluciones concretas: un reconocimi­ento oficial del trastorno y un centro donde obligarlos a tomar la medicación. Nadie escucha. Montserrat Boix publicó hace años una carta en los periódicos. Estremeced­ora y lúcida. Ningún responsabl­e político respondió. El tema, además de peliagudo, es menos popular que tratar de salvar a las abejas o a los osos. Dicho por la autora de la carta: “Quan es tala un arbre sempre hi ha un regidor que contesta. A la nostra carta, no va contestar ningú”.

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